Es victoria de muchos la liberación de los últimos presos de Atenco, a punto de quedar de por vida en chirona (tres de ellos llegarían al siglo XXII en un penal de alta seguridad, cuando narcos, secuestradores y asesinos seriales ya se hubieran ido). La lucha logró antes liberar a decenas de detenidos en penales mexiquenses, y ahora, en la última instancia, frustraron la venganza del gobierno de Enrique Peña Nieto y del régimen calderonista. Los atenquenses no mataron a nadie, pero estaban condenados a muerte. El esfuerzo para impedirlo fue enorme. Habla mal de México que tomara cuatro años ganar esta batalla de justicia; a ese grado de descaro e impunidad ha llegado el sistema político.
Habla bien, muy bien, de México, que durante cuatro años se sostuviera, sin flaquear, un movimiento de protesta que encarna para el mundo un modelo de resistencia a la injusticia y los abusos del poder. Allí convergieron familiares con grupos y organizaciones diversas: indígenas, intelectuales, obreros, mujeres sin miedo, artistas, abogados, gente de la calle, ejidatarios, estudiantes y uno que otro periodista.
Porque si a medios nos vamos, vale recordar que el brutal castigo contra la resistencia en San Salvador Atenco y comunidades aledañas fue azuzado abiertamente por las grandes televisoras y buena parte de los diarios. A Ignacio del Valle, Felipe Álvarez, Héctor Galindo y demás banda los presentaron, fuera de contexto, como “macheteros” violentos, exigieron castigo y el gobierno obedeció.
Los intereses detrás de la represión eran y siguen siendo escandalosos. Una comunidad agrícola con excelentes tierras y recursos hídricos las defendió con ingenio y valentía cuando el gobierno de panistas y priístas quiso edificar allí un grandísimo aeropuerto para la capital. Los atenquenses arruinaron el negocio a Fox, Montiel y asociados. Reunidos en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) blandieron machetes que nunca descargaron sobre persona alguna. Los machetes de Atenco son sólo su signo de admiración.
El ataque policiaco de mayo de 2006, encabezado por el vicealmirante Wilfrido Robledo Madrid, fue televisado con detalle (relativamente: las escenas más sangrientas no fueron transmitidas y los noticiarios ignoraron violaciones y agresiones sexuales, amenazas de muerte, tortura y demás “libertades” que se tomaron los policías federales y mexiquenses contra esos campesinos irreductibles).
La humillación a los atenquenses fue pública. A contracorriente, también logró ser pública la indignación de distintos sectores y movimientos que supieron mantenerse juntos todo el tiempo que fue necesario. La liberación de presos del 68, lucha también larga y difícil, tomó menos tiempo en un México aún monolítico. En las represiones de 2006 contra Atenco y Oaxaca, avaladas por Felipe Calderón para abrirse camino inmediato a Los Pinos, y por el futurista Peña Nieto, the man who would be president (“el hombre que sería presidente”, parafraseando a Rudyard Kipling), fue evidente la complicidad entre gobernantes, policías y medios de comunicación: correas de transmisión del poder empresarial desairado por el peladaje de Atenco en 2002.
El FPDT y sus compañeros no se dieron por vencidos en ningún momento. Como enumera Javier Hernández Alpízar, editor de Zapateando: “Las movilizaciones fueron muchas: desde los iniciales cierres de escuelas y de calles promovidos por la otra campaña en 2006, algunos de ellos reprimidos por el gobierno del Distrito Federal; la marcha en la que la otra campaña llegó hasta Atenco; la existencia de un plantón que duró años en el penal de Santiaguito y luego en Molino de las Flores; la formación del Comité Libertad y Justicia para Atenco y su gira por 13 estados –comenzando por Chiapas, ‘corazón de la resistencia’ como dijo Trinidad Ramírez– y la presión que siguió hasta la jornada internacional de este 29 de junio”.
Y apunta: “el momento puede ser muestra de que se comienza a formar un contrapoder: el del movimiento social”.
Acostumbrados a la postración del estado de derecho y la vida ciudadana en el país, tal vez perdemos de vista que las resistencias persisten a pesar de las presiones violentas y económicas que tan bien conocen los comuneros de Atenco (aún ahora el gobierno quiere comprarles sus tierras por algunos milloncitos). La lucha, con un sostenido respaldo internacional, devino pesadilla para giras presidenciales, embajadas y consulados de Europa y América.
¿Protegerá a Peña Nieto y sus mandos policiacos la misma impunidad que beneficia, hasta la ignomia, al gobierno de Oaxaca? En estos momentos nadie va ganando allá arriba. Al menos, no los que dicen ir ganando. Y en medio de la confusión y la polvareda sobresale y pisa fuerte un puñado de sombrerudos blandiendo machetes. Así como los ven, chiquitos y gritones, triunfaron, porque ya nadie dudaba que tuvieran razón. Viendo el resultado, y cómo se viene todo, no queda sino decir que la lucha sigue, sonriendo.