Honor a quien lo merece: algunos jueces de la Suprema Corte de Justicia demostraron ser sensibles y defender las leyes de quienes siempre manejan el aparato judicial como una maza de guerra contra los luchadores sociales y contra las resistencias a las medidas liberticidas. Debo confesar que su fallo me alegró, porque me hizo ver que la densidad cultural histórica de las luchas que construyeron este país y la presión de la sociedad pesan incluso en algunos de los principales organismos estatales de este país, que aunque es capitalista y está gobernado por los representantes directos del capital, ha sido forjado por los grandes y profundos movimientos sociales de la Reforma y de la Revolución Mexicana. En Atenco están, como en tantas otras luchas campesinas y obreras de México, los Emilianos Zapatas de hoy, y alegra ver que no todos en el aparato estatal están dispuestos, como lo están en cambio Enrique Peña Nieto y sus iguales, a cumplir el papel de los Guajardos y los Carranzas.
Pero los héroes de esta lucha por la justicia, los derechos sociales, las libertades y los derechos humanos son, antes que nada, los campesinos del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de Atenco, que, con doña Trini y sus mujeres a la cabeza, llevaron adelante una valiente e incansable lucha de más de cuatro años, juntando cada vez más fuerzas y voluntades, construyendo alianzas con otros movimientos sociales y sumando paulatinamente a su lucha a los defensores de los derechos humanos y los intelectuales democráticos de México y del mundo. Ellas y ellos, que se unieron a los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas, a los mineros, a los autonomistas triquis de San Juan Copala, a militantes de izquierda y centroizquierda, sin sectarismos ni otro requisito que exigir la libertad de todos los presos políticos y defender los derechos democráticos pisoteados, fueron construyendo el germen de un siempre creciente frente único, autónomo y democrático.
El temor a emitir un fallo que, ratificando las barbaridades políticas y jurídicas cometidas por el gobernador del estado de México y por sus servidores judiciales, cerrase todo camino legal e institucional para la protesta social y la empujase por el camino de la rebelión legítima y de la radicalización y el temor al crecimiento de una protesta social unida influyó sin duda también en la decisión de la mayoría de la Suprema Corte.
Atenco demostró nuevamente, como antes al oponerse al aeropuerto, que la lucha tiene un alto costo pero paga. Como los zapatistas chiapanecos que en 1994 se arriesgaron a morir de un balazo para no seguir muriendo de diarrea, como los triquis de San Juan Copala que desafían los asesinatos y el asedio de los matones del gobierno priísta, Atenco no fue aplastado y ahí está de pie, altivo y luchador, a pesar de la ferocidad de la represión. La lucha paga, rinde sus frutos, porque los pocos miles o decenas de miles de valientes que pelean con tenacidad, constancia y abnegación tienen detrás de sí la simpatía y el apoyo moral de millones de oprimidos y explotados: esta es la fuerza que quita consenso a la represión, que aísla a los criminales de cuello blanco o de pistola y tolete o machete, esa es la presión que hace grandes a los pequeños y convierte moralmente en diminutos a los que sólo cuentan con el tamaño del aparato estatal.
La victoria legal del FPDT, de doña Trini y sus compañeros, es también la victoria moral de buena parte del pueblo mexicano y de los defensores de los derechos humanos y civiles y es, por eso mismo, una confesión indirecta del temor de las clases gobernantes a la construcción de un frente único de movimientos, organizaciones sociales, sindicatos y fuerzas de izquierda capaz de juntar a todos, sin sectarismo, en torno a un programa común que defienda las libertades democráticas y sociales, exija la libertad de los presos políticos y sociales, impida la destrucción de los sindicatos y otros organismos de resistencia, defienda las conquistas legales de la Revolución, luche por un aumento generalizado de salarios y pensiones, por el sostén a los campesinos, por la creación de fuentes de trabajo, por la defensa de los recursos naturales que el gobierno está intentando entregar a las trasnacionales, por la desmilitarización de los estados, por una economía alternativa basada en la autonomía, la autogestión, la restructuración del territorio. Es cierto que detrás del fallo de la Suprema Corte está también el deseo de un sector de las clases dominantes de cerrarle el camino a la Presidencia al gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, quien ahora aparece ante el mundo como mandante de matanzas, violaciones, torturas, falsificación de pruebas judiciales, promotor de métodos fascistas y, por lo tanto, impresentable dentro de pocos meses como candidato a primer mandatario. Pero la agudización de la lucha intercapitalista sólo facilitó el triunfo legal, no lo determinó. El causante del mismo fue la férrea decisión de lucha de doña Trini y sus compañeros del FPDT, que supieron sumar a otros luchadores en todos los demás ámbitos de la sociedad.
Ahora hay que ampliar la brecha abierta. Hay que lograr que se castigue a los culpables de la violenta represión en Atenco y a los prevaricadores, que se indemnice a sus víctimas, que se libere a todos los presos políticos. Hay que imponer una solución justa para los miembros del SME y para los derechos sindicales de los mineros. Hay que parar de raíz los intentos de empeorar las leyes y garantías que sirven para la protección de los trabajadores. Como decían los de 1968 “ce n’est qu’un début!”, esto no es más que el comienzo, y la victoria no es un punto de llegada sino de partida. Alentados, continuemos el combate.