Pisar la cárcel es una de las experiencias más temidas por todas las personas adultas. En este país es difícil imaginar que un delito se encuentre en unión disoluble con su respectiva pena y eventual prisión. El pensamiento de las y los mexicanos se concentra en pedir a la Virgen de Guadalupe no caer jamás en el momento y lugar inadecuados que configuren circunstancias propicias para encontrarse en medio de un problema legal con destino al centro penitenciario.
Desde la infancia, en este país violento es común que madres y padres incongruentes permitamos determinada conducta en las personitas que formamos, cuando a la vuelta de la esquina les soltamos un grito ranchero o un golpe por la misma acción que inicialmente permitimos.La cultura de la impunidad se encuentra tan arraigada en nuestro inconsciente colectivo, que vemos normal que cualquier empresa, gobernante o religión cometa atropellos y al rato se le vea circulando como si nada hubiera sucedido, y del otro lado de la banqueta, la víctima resignada y marcada para siempre, con una certeza de que la justicia se encuentra lejos.
En este país de contrastes y surrealismo, es muy probable que usted conozca al menos una persona que, sin ser culpable, logró zafarse de prisión luego de huir de su lugar de residencia y dejar su vida toda. Cuántas personas saben de haber metido cuarta velocidad luego de haber atropellado a un inocente que salió de la nada en medio de la carretera. Cuántas arrepentidas por haberse quedado a enfrentar los hechos para luego lamentar no haber huido.Y es que, inocentes y culpables, todos tienen buenas razones para evadir, no la justicia, sino un sistema que no garantiza compensación de daños, rehabilitación de mentes criminales o reinserción a la sociedad en un contexto digno.
Así las cosas, desde décadas atrás es que seguimos educando a las nuevas generaciones, porque los problemas con dificultad se resuelven en los tribunales. La justicia en México se entiende, en la mayoría de los casos, como una fórmula equivalente al poder adquisitivo y político de cada persona: entre más poder, más justicia, y viceversa.
Por eso no nos extraña lo determinado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en torno a los lamentabilísimos sucesos de Atenco en el 2006. No es que la SCJN no sirva para nada, simplemente se encuentra inmersa en la misma dinámica de alto umbral a la impunidad que a todas y todos afecta de distintos modos. Aunque claro, esto no es para presumirse de ningún modo.Hace dos años, cuando los hechos se encontraban recientes, leíamos testimonios como estos dos que a continuación reproducimos:
Testimonio uno: “Me insultaron, me manosearon todo lo que quisieron… A las mujeres nos daban toletazos en pechos y nalgas… Nos taparon la cabeza y nos hicieron pasar entre dos hileras de policías que nos pateaban. Nos separaron a hombres de mujeres. Ahí vi a una policía y me dije ‘gracias, al fin’. Pero ella apenas me vio dijo: ‘déjenme a esta perra’, y me empezó a golpear con las manos en los oídos… Yo tenía moretones en pechos, espalda, hombros, dedos, muslos y piernas. Se recomendó hacerme una radiografía, pues me costaba respirar, cosa que en ningún momento se realizó. La enfermera que tomaba nota y el médico actuaban con total indiferencia hacia mi persona y las lesiones que presentaba…”.
Testimonio dos: “Tirado en posición fetal, me cubrí la cara y la cabeza con mis brazos y piernas. Y ellos al grito de ¡te vamos a matar hijo de la chingada!, me propinaron una brutal golpiza que me provocó múltiples heridas en la cabeza con gran sangrado, una fractura en el cúbito de la mano izquierda, dos fracturas en el dedo meñique y anular de la mano derecha...”.
En torno a esto de la impunidad, pedimos, amable público, tenga a bien leer los dos anteriores párrafos como si se tratara de usted en cualquier lugar del país (incluso pensando que usted nada más pasaba por cierta calle), donde se supone que la Constitución nos garantiza ciertos derechos básicos.
Además, pedimos que lo lea imaginando que las torturas cometidas en contra de usted se fueron hasta la SCJN, quien determinó exonerar al gobernador de la entidad imaginaria; al actual procurador general de la República, a los altos mandos policiacos federales y estatales, a los mandos que planearon el operativo, y a los funcionarios de alto nivel que elaboraron la estrategia de las acciones.
El saldo es lo que ya conocemos: Los señalamientos de abuso de la fuerza policial, tortura, tentativa de homicidio y ataques sexuales quedaron en la impunidad: seis policías procesados (ninguno en prisión), 26 denuncias por abuso sexual y un elemento investigado por actos libidinosos. Del otro lado (o sea, del lado de las víctimas), 170 personas fueron procesadas penalmente y trece de ellas condenadas a decenas de años de prisión. Dos jóvenes fallecieron.
Y como nos parece obvia la presencia de la impunidad en este que sería el escenario extremo, pero también en el ámbito escolar y cualquier otro que usted proponga, dejamos el asunto hasta aquí.Por último, y ahora que la determinación de la SCJN nos ha refrescado la memoria, hemos recordado otro fenómeno interesante. Como vivimos en una sociedad polarizada donde unos se desgañitan denunciando las injusticias y otros se persignan jurando que no existen, traemos a colación este enfrentamiento social entre los que se indignaron por lo ocurrido en Atenco y los que decían que no era para tanto.
Una raya indeleble se dibujó entre ambos bandos. Aquellas personas ciegas que pensaron que se trataba de un grupo de alborotadores (como muchos le siguen llamando a las y los ejidatarios de Atenco y demás gente que se levanta en el “ya basta”) sin oficio ni beneficio, y que opinó que fue muy bueno que la fuerza pública les haya “dado su merecido”, aún cuando no se tomaron la molestia de leer un renglón sobre lo sucedido, se tendrán que tragar todas sus ironías y su ceguera social ante lo que la SCJN sí reconoció como graves violaciones a los derechos humanos. Surrealista México donde, a pesar de lo anterior, sigue habiendo personas que creen lo contrario.