Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
No sé usted, pero yo sí percibo un país cada vez más disparejo e inequitativo. De contrastes todavía más brutales y ofensivos. Donde lógica y ética parecen conceptos cada día más distantes de la realidad.
La condena infame a 67 años de prisión de Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo, dirigentes del Frente de Pueblos Unidos en Defensa de la Tierra, es verdaderamente atroz. No sólo porque equivale a una cadena perpetua de la que nadie saldrá vivo sino por el tufo repugnante a venganza contra estos tres activistas de San Salvador Atenco.
La misma sentencia establece que no tiene nada que ver con los enfrentamientos de mayo de 2006 cuando la toma abusiva del poblado mexiquense por efectivos federales y estatales. Lo que ahora castiga el juez José Alfredo Blas Hernández es la retención de funcionarios del estado de México. Establece el delito de "secuestro equiparado" y una pena descaradamente desproporcionada, que es mucho mayor a la de El Mochaorejas y del triple de la que purgan grandes capos del narcotráfico. Otra comparación válida es con la tragedia de la mina Pasta de Conchos en Coahuila: a varios ejecutivos de Minera México se les encontró responsables del delito de "homicidio culposo", pero bastó que uno solo pagara fianzas de 165 mil pesos por cada uno de los 65 mineros muertos; total, un poco más de 10 millones de pesos que son apenas una propina para esta empresa valuada en miles de millones de dólares.
Aunque, la verdad, no se requieren comparaciones externas. Al interior, el caso hierve de injusticias e irregularidades judiciales: los ahora sentenciados ni siquiera estuvieron presentes en la fuenteovejunesca retención de funcionarios, por lo que nadie ha podido probarlo; ni por antecedentes penales ni por evidencias Del Valle y sus compañeros son delincuentes, se trata en cambio de luchadores sociales reconocidos por su comunidad; pese a no ser criminales y a ser juzgados en un tribunal estatal, fueron confinados en el penal federal de alta seguridad de La Palma junto a los más peligrosos delincuentes del crimen organizado; desde su detención hace más de 12 meses -han perdido ya un año de su vida- están incomunicados, y ni siquiera la esposa de Ignacio, Trinidad Ramírez, ha podido ver a su marido un solo minuto; sobre dos de sus hijos pesan órdenes de aprehensión y están prófugos por los mismos motivos.
Pero lo más grave es que del lado contrario reina la impunidad más absoluta: mientras que a los atenquenses se les castiga cruelmente, a los policías federales y estatales acusados de uso excesivo de la fuerza, tortura y violación contra pobladores de Atenco -en mayo del año anterior- apenas se les ha molestado con algunas faltas administrativas y ahí andan libres como si nada de lo que vimos hubiese sido cierto.
Tan libres como el ex gobernador Arturo Montiel -junto con Fox, responsable de la actual situación-, quien con su esposa se ha convertido en un patético pero risueño personaje de las revistas del corazón que no paran de contar sus hazañas en las más caras tiendas de París; que es una de las ciudades y centros turísticos donde se ubica la docena de mansiones que el grotesco personaje eligió para perpetuar su estulticia a costa del saqueo de las arcas del estado de México y sus negocios escandalosos. Mientras tanto, su sucesor Enrique Peña Nieto se niega a la grandeza del indulto.
Pero hay todavía un pecado mayor. Y es la saña con que en este país se castiga al disidente, al opuesto, al que protesta, al que no se deja, al que grita en el surco o en la plaza pública. Por eso los intentos de criminalizar la lucha social no son casuales. Seamos francos: estamos frente a un caso de venganza política porque Del Valle y otros luchadores sociales de Atenco se opusieron a la construcción del nuevo aeropuerto que iba a ser la gran obra del sexenio anterior, aunque también el gran negocio del sexenio anterior.
Pero se equivocan quienes piensan que este capítulo está cerrado. Son quienes no aprenden de la historia. Ni siquiera de las décadas recientes. Los que creen que todos los gobernados somos idiotas. Los que, a pesar de todo, juegan con fuego.