En un mes como mayo, ¿cómo no hablar de las madres de los desaparecidos? ¿De aquellas a las que les secuestraron hijos? ¿Cómo no hablar de aquellas a las que les robaron los motivos, a las que les hurtaron la vida, a las que les asaltaron la calma? ¿Cómo no hablar de aquellas que nacieron de sus hijos para no olvidar, para no perdonar, para resistir, para hacer una maternidad social y colectiva? ¿Para construir un corazón que abrace a los hijos de todas y se encuentre en la mirada del humilde, del que nada tiene y luche por él siempre?
Amores históricos, amores de ruptura, amores escindidos, amores de colores, amores en resistencia, amores en rebeldía. Lágrimas disciplinadas, dolores conjugados. Las madres de los desaparecidos se inscriben en ese territorio inaplazable e impostergable de la búsqueda de los suyos, en esa tortura cotidiana de no saber dónde se encuentran los hijos, de no saber qué tipo de homicidas los rodean, ¿Qué sádico perverso los maltrata? De todo lo que implica el no saber, de pensar una y mil veces si alguien les da como alimento, cobija o sustento una golpiza salvaje, los ultraja de manera cotidiana, los humilla por diversión, los viola o los degrada tan sólo por placer. Esas son las dudas, las incertidumbres, las angustias y las pesadillas de las madres de los desaparecidos.
Madre, compañera, hermana, maternidad colectiva, cuerpos maltratados, voces despedazadas, cordones umbilicales del tiempo hechos añicos; la historia las evoca, el pasado las convierte en historia, los hijos las presienten, el futuro las espera, el presente las reconoce, el pueblo las reclama como suyas: Madres de la Plaza de Mayo, madres de Eureka, madres de Atenco, madres de Oaxaca, madres del Mundo, nuestro corazón las abraza. Nuestro amor subversivo las busca y las encuentra. Madres todas.
Jennifer Yólotl Yohualli Sánchez Tecla, David Antonio Sánchez Tecla y Leticia Tecla