Ayotzinapa, la herida abierta
- Miles asisten al mitin conmemorativo, que duró unas 6 horas
- Hablamos por los 43 y por todos los desaparecidos, dice otro familiar
Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez (izquierda)Foto La Jornada
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Domingo 27 de septiembre de 2015, p. 4
Domingo 27 de septiembre de 2015, p. 4
El Zócalo se cubrió de paraguas. Las gotas de lluvia resbalaron por las narices, deslizándose frías por los cuellos, debajo de los hules impermeables. Y el nuevo dirigente de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Carlos Martínez, recordó otra noche, otra lluvia.
La de hace un año, 26 de septiembre, en Iguala, en la carretera, iluminada de rojo y azul por las luces de patrullas municipales, estatales, federales; empapando los vidrios pulverizados por las balas. Los cinco autobuses asaltados a sangre y fuego. La llovizna pertinaz sobre los cuerpos de los normalistas caídos, de los futbolistas del equipo Los Avispones, de los muchachos que se protegían de los disparos, de los 43 que fueron desaparecidos esa noche, hoy se sabe que bajo la mirada vigilante de los militares del 27 Batallón de infantería.
La lluvia acompañó la manifestación conmemorativa y la invocación constante de los 43, en los numerosos pases de lista, que se repitieron desde Chivatito hasta el Zócalo, por todo Paseo de la Reforma, desde el mediodía hasta las seis de la tarde.
Lo explicaba así una pancarta a prueba de agua que enarbolaba una mujer que es pequeña y enorme a la vez, Elena Poniatoswka:
Hoy el cielo llora; mañana la luna sangra. En la tierra 43 semillas crecen, serán el sol de la justicia. A la escritora la resguardan las hermanas Rodríguez.
Antes de la lluvia los contingentes cubrían todo Reforma, desde Auditorio Nacional hasta Eje Central. Sólidos, los grupos sindicales acuerpaban al contingente de madres, padres y hermanos de los 43
que nos faltan a todos. El SME, los maestros democráticos, telefonistas, mineros, trabajadores universitarios.
Copiosos los contingentes de las escuelas normales rurales, que hoy son un cuerpo de identidad que gira en torno a la hermana guerrerense, Ayotzinapa. Y los universitarios, públicos y privados. Los numerosos colectivos del Congreso Nacional Indígena. Fuerte, como suele ser, de las filas de colonos del Frente Popular Francisco Villa. Vistosas, ruidosas, las feministas, con su batucada. Fresco, tierno y bien resguardado, el contingente de las carreolas, con sus niños, sus bebés y sus aguerridas mamás. Y su pancarta de colores:
Queremos crecer, no desaparecer.
Y a cada paso los tres reclamos básicos de este movimiento que ayer resurgió de los ecos del otoño del año pasado:
Los queremos vivos, justicia y verdad.
El río humano fluía, masivo, hasta que irrumpieron en algunos puntos los grupos vestidos de negro, enmascarados, con palos y sus amenazantes bambas molotov. Unas pancartas quemadas, a la altura del Museo de Antopología, primero. El tronido de numerosos cohetones y petardos a la altura del Senado dispersaron a algunos contingentes. En el cruce de La Fragua ocurrieron otros amagos. Pero sobre avenida Juárez, Eje Central y Cinco de Mayo se multiplicaron las ya conocidas escenas de provocación inducida. Supuestos anarcos asaltando locales, rompiendo vidrieras. Granaderos entrando en acción erráticamente, arrojando gas lacrimógeno contra los manifestantes. En esos dos puntos la marcha se fragmentó y la mayoría se dispersó. La gran columna humana ya no llegó a la plaza.
Cuando empezó el mitin en pleno Zócalo, casi a las cinco de la tarde, la bóveda gris se desbordaba en pleno sobre la multitud. Los oradores chorreaban. Felipe de la Cruz, vocero del colectivo de Ayotzinapa y padre de un sobreviviente la noche de Iguala, constataba:
No nos detuvo nada, ni la lluvia ni el viento. Desde el templete, el resultado de la convocatoria fue patente:
Esto rebasó nuestras expectativas; vemos que la solidaridad está viva.
Superada ya esa timidez, ese pánico escénico que hacía titubear a los padres de normalistas en las primeras grandes movilizaciones del otoño de 2014, ahora don Melitón Ortega, papá de Mauricio Ortega, todavía desaparecido, reconoce la fuerza del movimiento que se ha generado en torno al caso Ayotzinapa:
Hemos llevado nuestra voz a todo el mundo y hablamos no sólo por nuestros hijos, los 43 estudiantes, sino por todos los desaparecidos de México.
Ya no los intimidan las investiduras del poder. Carmen Mendoza, mamá de Jorge Aníbal, repite en pleno Zócalo, lo que un día antes le dijo al presidente Enrique Peña Nieto en el Museo Tecnológico.
Ustedes saben dónde están.
El tlaxcalteca Mario González –padre del joven normalista César– retrocede en el tiempo un año exacto: 26 de septiembre 2014. Los pelones de primer grado de Ayotzi estaban en la misión de tomar camiones para que su escuela hiciera acto de presencia en la ciudad de México en la conmemoración de la noche de Tlatelolco. Por azar llegaron a Iguala.
A estas horas nuestros hijos no sabían lo que este pinche gobierno iba a hacer.
Y don Clemente Rodríguez Telumbre, de mero Tixtla, invocó ahí mismo a su hijo Cristian:
Hijo, aquí estamos, mira. Saluda a tus compañeros, los peloncitos de este primer año de la escuela, que vienen a estar pendientes de nosotros, que venimos aquí a buscarlos.
Nunca más una lucha aislada
Nunca más una lucha aisladaes una de las consignas. Y así se representa en el templete: las protestas por las agresiones recientes a las normales rurales de Panotla y Tiripetío y una serie de oradores que dibujan el mapa de la conflictividad y el autoritarismo de nuestra geografía.
Recién salido de la cárcel de Hermosillo, Mario Luna estuvo ahí. Líder de la nación yaqui, jaqui, que significa
el que habla fuerte, aseguró que hoy a todos los movimientos de resistencia del país los debe mover un plan único de lucha.
Hipólito Mora, dirigente de las autodefensas de La Ruana, Michoacán, dos veces preso y con un hijo asesinado, se reconoció en la causa de Ayotzinapa:
nos ha salido muy caro luchar por la libertad en este país. Reclamó por la libertad de su paisano el doctor José Manuel Mireles, preso hace más de un año en Sonora, y de Cemeí Verdía, nahua de Santa María Ostula.
Ostula, Michoacán, con sus 34 muertos, seis desaparecidos y su líder, Cemeí, preso político, por defender la tierra contra intereses mineros, también está presente. Como Atenco, como Xochicuautla, y muchos otros movimientos que hoy abrazaron a las víctimas de Ayotzinapa, identificándose todos
codo con codo, hombro con hombro, como una sola causa.