Ayotzinapa, la herida abierta
- Miguel Ríos recuerda cómo salvó la vida a su hijo, pese a policías y hospitales
- Jugadores y cuerpo técnico del equipo, marginados ante la impunidad que impera en el caso
El club Avispones continúa con su actividad, luego de aquella trágica noche en IgualaFoto Cuartoscuro
Juan Manuel Vázquez
Periódico La Jornada
Sábado 26 de septiembre de 2015, p. 7
Sábado 26 de septiembre de 2015, p. 7
Nadie lo recuerda, pero hace un año Miguel Ríos Romero llevó a su hijo adolescente desangrándose en el asiento trasero de una camioneta Ford. El muchacho estaba pálido y cabeceaba, los párpados luchaban contra el peso de un sueño moribundo. Sangraba profusamente por las heridas de bala que recibió un par de horas antes, y resultaba asombroso que siguiera con vida. El padre del joven conducía desquiciado la madrugada del 27 de septiembre de 2014 hacia Iguala, sitio del que todos querían alejarse en ese momento, menos ellos. Volvían al lugar que esa noche fue escenario de la barbarie.
Llovía. Sobre todo llovía. La policía municipal de Iguala montó un retén y les impidió el paso a la ciudad. Les apuntaron con rifles y golpearon con fuerza el cofre de la camioneta para que se detuviera. ¿Qué hacían ahí a esa hora?, interrogaron amenazantes, cuando nadie tenía motivos ni la osadía de salir a esas calles; eran poco antes de las dos de la madrugada. Quienes les obstruían el paso pertenecían al mismo cuerpo policiaco que disparó horas antes contra los estudiantes de Ayotzinapa y contra el autobús del equipo de futbol de tercera división Los Avispones de Chilpancingo, donde hirieron a su hijo, el defensa central Miguel Ríos Ney. No podían entrar. Menos, le dijeron, con un joven herido. En esas condiciones, no había tiempo para negociar el miedo, Miguel aceleró y les aventó la Ford sin importarle que podían disparar.
–Si no entro se me muere el muchacho; de que se vaya solo, mejor nos vamos todos –fue la lógica con la que se abrió paso, junto a su esposa y su hijo moribundo, para entrar al lugar donde nadie quería estar.
Sólo unos pocos lo saben, pero Iguala ya estaba desierta a esa hora de la madrugada. Miguel lo recuerda. No había autos en las calles ni gente por las aceras. Era una quietud anómala, en la cual no reparó en ese momento. Lo único que pensaba era en conseguir un hospital que atendiera a su hijo, quien presentaba cinco disparos de bala, cuando volvía en el autobús de Los Avispones rumbo a Chilpancingo. Encontrar uno dispuesto a recibirlo en ese estado fue más difícil que abrirse paso entre la policía municipal. Lo rechazaron en tres clínicas con distintos argumentos: no aceptaban heridos de bala, carecían del equipo, no había especialista y el único disponible no quería salir a las calles de una ciudad donde los responsables de la seguridad abrieron una cacería furiosa contra normalistas, por tomar cinco autobuses de pasajeros.
Pocos lo recuerdan, Miguel Ríos Romero, en cambio, no olvidará jamás que hace un año regresaba de ver a su hijo ganar un partido de futbol la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala. Volvía junto con su esposa, pues su hijo viajaba con el equipo. Ya estaba cerca de Chilpancingo, cuando a medianoche recibió una llamada en la carretera, era su hijo el futbolista. Le dijo que los habían baleado y que estaba herido. El joven defensa central recibió cinco tiros. Miguel, el padre, recuerda como si fuera ayer que dio vuelta en U sin mirar los espejos de la camioneta y volvió sobre el camino por el que había viajado unos minutos antes. El trayecto de una hora lo hizo en menos de la mitad de tiempo, impulsado por una desesperación que lo hacía imaginar que si no llegaba pronto encontraría a su hijo muerto. Pero estaba vivo. Tirado junto a una cerca que protegía unos sembradíos de maíz, al borde de la carretera Iguala-Chilpancingo en el cruce a Santa Teresa.
Tirado como un animal, recuerda el padre, que a pesar de que ha pasado un año, todavía hace un silencio como si tuviera la imagen enfrente.
Hundido en una zanja junto al camino estaba el autobús del equipo. El joven futbolista sólo pudo levantar la cabeza para reconocer a su padre. Estaba lívido y con la mirada perdida, aunque consciente. Se levantó la playera para mostrar las heridas, entonces el padre hizo un mohín de horror como lo hace ahora, un año después.
Tenía un gran hoyo en el abdomen, floreado, una cosa fea con muchísima sangre, dice con gesto de repulsión.
Miguel Ríos Ney sigue en el futbol, pese a las varias cirugías a que fue sometido, y cuyo costo total no han sido rembolsado a su familia. El joven ahora forma parte de las divisiones menores del equipo PachucaFoto Camilo Olarte
Pero el rostro cambia al volver a su memoria que, cuando llegó casi dos horas después al lugar del atentado, había una patrulla de la Policía Federal y una de ministeriales. Ningún oficial lo ayudó, en cambio, recibió un trato indigno. Uno de los policías, cuya soberbia recordará mientras viva, trató de impedirle levantar a su hijo herido. Después de la insistencia, Miguel cargó en vilo al muchacho para meterlo en la camioneta Ford y llevarlo a Iguala. En el esfuerzo trastabilló y trató de apoyar el cuerpo sangrante sobre el cofre de la patrulla. El federal, impasible y con los brazos en jarra, le dijo:
ni se te ocurra ponerlo ahí. Va manchar todo de sangre. Además, para qué te lo llevas, si se te va a morir en el camino.
Miguel Ríos Romero dice que no es el mismo desde entonces. Hoy lo invade la rabia de saber que los jugadores y cuerpo técnico de aquel equipo atacado con saña, en medio de la noche, han sido marginados debido a la impunidad. Pocos recuerdan, Miguel lo tiene presente, que a escasos kilómetros de donde atacaron y desaparecieron a los normalistas de Ayotzinapa, asesinaron también al chofer del transporte de Avispones, Víctor Manuel Lugo, y al jugador de 15 años, David Josué García Evangelista.
–Hace un año no me interesaba saber quiénes eran los responsables del ataque contra Los Avispones ni cómo había ocurrido –dice Miguel para explicar cómo ha cambiado la actitud de los afectados por aquella agresión–. Yo lo que quería era salvar a mi hijo. Nada más. Pero después de tantas mentiras de las autoridades, me entra rabia y quiero saber por qué los atacaron y quiénes fueron. No me conformo con la versión de que sólo fue una confusión.
Cuando habla de esa versión, se refiere a la
verdad históricaque expuso la procuraduría encabezada entonces por Jesús Murillo, según la cual se trató de un hecho aislado y de una lamentable confusión. Sólo eso. Miguel entonces piensa en el informe sobre Ayotzinapa que dio el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de la CIDH.
En ese reporte, el ataque a Los Avispones es un eslabón significativo de una cadena de hechos en los que se desató la violencia de policías contra los estudiantes de Ayotzinapa, quienes tomaron cinco autobuses de pasajeros. Otras corporaciones estuvieron al tanto de lo ocurrido casi en tiempo real sin que intervinieran o impidieran las agresiones. En el extenso relato se comprueba la presencia de la Policía Federal y del Ejército en diversos momentos ese 26 y 27 de septiembre de 2014.
–Hoy, con quien siento más rabia es contra el Ejército Mexicano. No porque piense que ellos fueron los atacantes, sino porque tuvieron conocimiento de todo y no hicieron nada. ¿Cómo es posible que el mayor ente de seguridad de los mexicanos no detuvo las agresiones?
En el informe de GIEI resaltan los descuidos, omisiones y contradicciones con los que las autoridades han investigado el caso Ayotzinapa. Ahí Los Avispones no fueron víctimas de una simple confusión, sino protagonistas de una pista perdida. Dice el informe:
La hipótesis más probable es que el autobús habría sido confundido con uno de los que transportaba a normalistas y que tomó otra ruta. En concreto, el quinto autobús Estrella Roja que no había sido detenido.
Miguel lo cuenta tres días antes del primer aniversario de la noche de Iguala en la que salvó la vida de su hijo. Tiene prisa, pero no quiere tragarse solo ese recuerdo. Viene de trabajar de Pachuca, pero debe estar por la noche en Chilpancingo porque al día siguiente los padres de familia de Los Avispones darán una conferencia de prensa. Tiene que marcharse pronto, porque un accidente de autobús en la autopista Pachuca-México, que dejó 43 heridos, lo retrasó un par de horas. Cuando lee el reporte preliminar de ese accidente de tránsito, arquea las cejas y hace una mueca ante la obviedad tosca de la coincidencia.