Acusado de varios delitos, escapó del cerco policiaco en mayo de 2006 y vive a salto de mata
“Muchos no entienden que al vender sus parcelas están vendiendo el patrimonio de sus nietos”
Andar huyendo es vivir en el desamparo laboral: el jefe de familia con las manos atadas, imposibilitado de llevar el sustento a la casa, sostiene Adán Espinoza-Foto Jesús Villaseca/ Archivo La Jornada
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Un terreno de dos hectáreas y media, una nopalera arruinada por las plagas: cochinilla, gusano blanco, gusano zebra. Eso es lo que hace soñar despierto a Adán Espinoza Rojas. Pararse ahí enmedio, deshacer los terrones con las manos, es lo primero que hará cuando ponga fin a su vida de prófugo y regrese a San Salvador Atenco. La nostalgia por esa parcela que heredó de su abuelo Francisco, partida en dos por la carretera, es lo que lo quiebra.
“Mi tierra es la única que siempre me esperó, como una madre”, dice con un nudo en la garganta quien fue uno de los líderes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), junto con otras cabezas visibles, como Ignacio del Valle y Felipe Álvarez.
Espinoza, a diferencia de muchos de sus compañeros, logró eludir el cerco de la Policía Federal el 4 de mayo de 2006, el día de la represión. Los demás fueron apresados, torturados, juzgados “por jueces envenenados con el ánimo de venganza del gobernador Enrique Peña Nieto”, afirma.
Del Valle, Álvarez y Héctor Galindo, abogado universitario del Distrito Federal que se sumó a su causa, están presos en el penal de máxima seguridad del Altiplano. Otros nueve purgan sentencias en la cárcel de Molino de Flores, Texcoco, estado de México.
Hoy, los destinos de Adán Espinoza y los 12 presos de Atenco están ligados por la política y las directrices que desde el poder cargaron las tintas sobre las penas dictadas contra los enjuiciados.
En su momento pesaron contra él seis órdenes de aprehensión. Dos por secuestro equiparado; dos hechos ligados a su lucha social cometidos, presuntamente, en febrero y abril de ese año. Estos cargos quedaron sin efecto “por no haberse acreditado el cuerpo del delito” en enero de 2009, según una resolución del segundo tribunal colegiado.
Otra orden de aprehensión por “privación de libertad contra particulares” prescribió en agosto de 2008 y dos más, por robo, fueron sobreseídas por falta de elementos. Le queda una sexta, por “robo de expediente”, por la que legalmente puede ser juzgado en libertad, al no ser considerado delito grave. Aunque –según advierte Leonel Rivero, abogado defensor de este colectivo– subsiste el riesgo de que el juez “aplique un criterio político” por su pertenencia al FPDT y, contraviniendo el derecho, lo arraigue en el momento en que se presente a declarar ante el Ministerio Público.
El penalista explica que la suspensión por el presunto secuestro equiparado –que antes ya benefició a otro líder atenquense, Bernardino Cruz, además de Adán Espinoza– sienta un precedente legal muy importante para los tres detenidos en el Altiplano. Por esta acusación que presentó el estado de México Del Valle tiene una sentencia de 112 años, y los otros dos, de 67. “El criterio jurídico que favoreció a Espinoza debe favorecer a los demás” en las consideraciones que analizarán los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación este miércoles 23, asienta Rivero. “Sería lo congruente.”
Si la Corte concede el amparo definitivo a los 12 presos de Atenco, todos podrán regresar juntos a su pueblo.
Y cuando llegue ese momento, Adán refiere que él se ve en segunda fila, entre las bases, ya no en la conducción del movimiento. “Nunca me sentí líder y hoy menos que nunca.”
Hoy, estima, “el contenido de la lucha de nuestros campesinos es muy diferente a la que nosotros dimos por la certificación de la tierra (Espinoza fue presidente del comisariado ejidal cuando los ejidatarios de San Salvador y pueblos aledaños lograron finalmente la documentación de las tierras que habían pasado de generación en generación en la ribera de Texcoco). Hoy todo es más complicado. El poder va a desplegar nuevos ardides para quitarnos la tierra.
“Y muchos campesinos no entienden que al vender sus parcelas –ni por un millón de pesos la hectárea, que es lo que hoy está ofreciendo la Comisión Nacional del Agua– están vendiendo el patrimonio de sus nietos. Ya no ofrecen los centavos que nos ofrecían por metro cuadrado cuando nos querían expropiar en tiempos de Vicente Fox. Pero ¿cuánto dura un millón de pesos? No mucho, dos años como máximo. Con eso uno agranda la casa, hace un par de cuartitos y nada más. El dinero se va como agua. La tierra, en cambio, dura para siempre. Y siempre da para comer, aunque sean quelites, verdolagas, romeritos. Cuando se tiene tierra siempre hay futuro. Eso me lo enseñó mi abuelo. Ésa es la sabiduría que se está perdiendo.”
Al frente del movimiento de los pueblos de Atenco hoy están, sobre todo, las mujeres. “Mis respetos para ellas”, dice Adán. “Qué bien lo están haciendo.”
No ha estado en un penal de alta seguridad, pero a Adán Espinoza los estragos que le ha causado la vida a salto de mata le han marcado la fisonomía. “Es curioso lo que aprendí estos años. La gente es generosa, te brinda posada, te ofrece un rincón en sus casas. Pero hay que saber en qué momento la presencia de uno empieza a ser una carga y a causar discordias. Es el momento de decir adiós y seguir el camino, de buscar otro escondite. Eso, para no hablar de los delatores, que los hay, y muchos.”
Describe lo que es vivir huyendo de “una ley injusta, a final de cuentas”: los hijos van a la escuela sin que su padre pueda presentarse a firmar sus boletas; la esposa resiente la ausencia, los amigos olvidan. Pero sobre todo, el desamparo laboral, el jefe de familia con las manos atadas, imposibilitado de llevar el sustento a la casa.
“Mi hijo de 12 años quiere que el primer día que esté con ellos vaya a su escuela para que sus compañeros vean que sí tiene papá. Y ahí voy a estar por él, por mi hija de ocho. Eso va a ser lo mejor. Y después… después voy a ir a ver mis nopales. Ahí deben estar ya viejitos, inservibles. Recuperar la nopalera va a requerir mucho trabajo: cortar, picar lo que quede para abono, seleccionar las mejores raquetas, volver a sembrarlas. Y cuidar mucho cada planta, mimarla, vigilarla durante cuatro años. Eso es lo que tarda el nopal en crecer, para dar un poco de economía. A eso voy a dedicar todas mis fuerzas hasta que se termine mi vida.”