Cristina Barros
E
n relación con la entrevista al doctor Luis Álvarez Icaza, director del Instituto de Ingeniería de la UNAM, que recientemente apareció en La Jornada, me permito hacer unas preguntas en estas páginas. Plantea el doctor que la decisión respecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) debe tomarse con criterios técnicos, no democráticos. Sin entrar a discutir lo que considera democrático, le pregunto: ¿habla usted en nombre propio o en nombre de los investigadores que integran el Instituto de Ingeniería? Lo pregunto porque, por ejemplo, el doctor Efraín Ovando, que ha tenido un relevante papel en los trabajos derivados del hundimiento de la Catedral Metropolitana, considera que Ciudad de México registra hundimientos de entre 8 y 12 centímetros anuales debido a la excesiva extracción de agua, con efectos catastróficos para la infraestructura urbana y que en la zona del aeropuerto estos hundimientos son de entre 12 y 14 centímetros y en las subcuencas: Chalco, Xochimilco, los hundimientos llegan hasta 35 y 40 centímetros al año. También que la respuesta ante los sismos está ligada a dicha extracción de agua. Si la solución es dejar de extraer agua, ¿no han hecho un ejercicio interdisciplinario para dar otra solución al lago de Texcoco?
Por su parte, la doctora Blanca Jiménez Cisneros, quien fue también investigadora en ese instituto, y sus colaboradores han escrito que “la principal herencia del modelo hidráulico que ha abastecido de agua a la capital ha sido: a) un método de solución vertical del problema mediante grandes obras; b) el deterioro ambiental de las cuencas interconectadas por la infraestructura hidráulica regional; c) la sobrexplotación de los acuíferos que abastecen a Ciudad de México; d) la no percepción ciudadana de la gravedad de la escasez y de las dificultades de abastecer de agua a la capital y para la operación de sus servicios urbanos –entre ellos el del agua–, y e) una cultura burocrática de la apropiación y no transparencia de la información relativa a la gestión del agua”.
Le pregunto, ¿en sus consideraciones técnicas y económicas se ha planteado que el crecimiento hacia el oriente de la cuenca de México traerá graves problemas de agua y que el NAIM sería un detonador de ese crecimiento, pues el proyecto está concebido no tanto como aeropuerto, sino como un negocio inmobiliario que se ha llamado
Santa Fe Oriente? ¿Estaría de acuerdo con su par, el doctor Jorge Ponce Amezcua, experto en la historia y el futuro hídrico de México de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, en que la vocación de Texcoco es ser lago y que la prioridad de Ciudad de México debería ser tener agua? Y también de acuerdo con él en que tan sólo las obras para cimentar el NAIM, en un terreno considerado por Mitre y por muchos investigadores, muy malo para hacer un aeropuerto, se han causado ya graves daños ambientales? Dice usted que se están mitigando esos impactos. ¿Nos podría decir cómo? ¿Estaría de acuerdo con el doctor Ponce en que habría que hacer un plan maestro de manejo de la zona del lago de Texcoco que incluya zonas de reserva ecológica con un manejo adecuado del agua? ¿Entre sus estudios técnicos se le ha ocurrido hacer una evaluación de los costos ambientales del NAIM con expertos en economía ecológica para considerarlos dentro de su diagnóstico? ¿Se han hecho estudios de prospectiva? ¿Qué habría planteado al respecto el doctor Emilio Rosenblueth, por ejemplo? ¿Ha evaluado lo que implica comprometer a la UNAM con su posición?
Por último, creo que usted no es ajeno por razones familiares, a los temas de derechos humanos, ¿ha pensado en los costos sociales y en las violaciones a los derechos humanos de los pueblos originarios del oriente de la cuenca de México? ¿Y en el derecho humano al agua de todos nosotros?
El asunto del aeropuerto no es Texcoco o Santa Lucía. Urge pensar en nuevos paradigmas que incluyan visiones de conjunto y de largo plazo en las que se considere que ya hay aeropuertos en Toluca, Querétaro, y en la propia Ciudad de México donde podría usarse tecnología de punta para ponerlos al día. Pero sobre todo, es indispensable que cualquier obra nueva se haga con una visión integral de la cuenca de México y una orientación más hacia el medio ambiente y los derechos humanos, que hacia los negocios de unos cuantos. Éstos sólo ahondan la grave desigualdad en que vivimos.