Miguel Ángel Mancera en el Auditorio Nacional.
Foto: Octavio Gómez
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F. (apro).- Tres días pasaron después de los arrestos injustificados, vejaciones, golpes y violaciones a los derechos humanos contra veintenas de jóvenes que participaron en las protestas en contra de la asunción de Enrique Peña Nieto al poder, antes de que el nuevo jefe de gobierno “de la ciudad con Ángel”, Miguel Ángel Mancera, hablara sobre el tema.
Fue preocupante que no fijara una posición al respecto desde el primer día, que no pidiera una investigación, que no demandara castigo para los policías capitalinos que participaron en la refriega y para quienes recurrieron “al uso excesivo de la fuerza pública”, pero también que no exigiera la liberación de los inocentes y el proceso justo contra quienes resultaran culpables por los daños en propiedad privada.
A Mancera poco le importaron los jóvenes detenidos y enviados a los reclusorios, mucho menos iniciar una indagatoria sobre las denuncias públicas en torno de la presencia de infiltrados, de provocadores que actuaron para justificar “el uso excesivo de la fuerza pública”, fueran de la policía capitalina o de la federal.
Absurdo resultó que el nuevo jefe de Gobierno del Distrito Federal, quien en su toma de posesión, el pasado miércoles 5, habló de “blindar” la capital, ignorara por otro lado el estado crítico del maestro de teatro Juan Francisco Quinquedal, quien resultó con una lesión en el cráneo y con la masa encefálica expuesta –aún se desconoce quién le disparó y qué tipo de artefacto usó la policía–, y tampoco se refirió José Uriel Sandoval Díaz, el joven de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) que perdió un ojo tras la refriega.
El vacío de Mancera fue ocupado por los detalles de “su fiesta”. Del tema habló por primera vez el lunes 3 y luego hasta el jueves 6, cuando el asunto ameritaba fijar una posición desde el mismo momento en que se suscitaron los hechos.
La interrogante de por qué no decía nada se desvaneció el mismo miércoles 5, cuando aparecieron en su toma de posesión conocidos priistas. En ese momento entendí la complicidad y el silencio de Mancera, que finalmente se puso al lado del gobierno federal que encabeza Enrique Peña Nieto.
Y es que así como Mancera se mantuvo callado ante los acontecimientos que circulaban una y otra vez por la red de internet, donde se puso en evidencia las detenciones arbitrarias, hasta ese momento también el “supersecretario” de Gobernación, el otro Miguel Ángel (Osorio Chong), no había dicho nada al respecto, simplemente emitió un escueto comunicado en el que respaldaba el trabajo de las autoridades capitalinas.
Silencio cómplice, pues, de Mancera y Enrique Peña Nieto.
Mientras tanto, en la pantalla de televisión, ese miércoles 5, empezaron a aparecer los priistas Osorio Chong; Manlio Fabrio Beltrones Rivera; Emilio Gamboa Patrón; el aburrido y persecutor de quienes buscan a sus hijas desaparecidas, el gobernador de Chihuahua, César Duarte; Jorge Herrera Caldera, mandatario de Durango, y el novel gobernador de Chiapas, vestido de verde, pero con alma tricolor, Manuel Velasco Coello.
Se puede entender la presencia de Osorio Chong en representación de Peña Nieto, pensando claro que respeta la institucionalidad, ¿pero qué tenían que hacer ahí el líder de los priistas en la Cámara de Diputados, o el del Senado de la República? Menos aún los gobernadores mencionados, aunque sí los de los estados vecinos como Tlaxcala, Puebla, México, Querétaro y Morelos.
La clase política del PRI se placeó en la toma de protesta de Mancera. ¿Qué señal de complicidad nos estará mandando?, se pregunta uno. Y es cuando se entiende por qué Mancera, el jefe de Gobierno entrante de la capital de la República –la misma que vivió momentos tensos y peligrosos el sábado 1– no dijo nada, ni antes ni durante su toma de posesión. Cómo lo iba a hacer y referirse así a la legalidad cuestionada de Enrique Peña Nieto como Ejecutivo federal. Cómo les iba a hacer esa grosería a sus colegas políticos del PRI.
El día de su asunción como jefe de Gobierno estuvo la respuesta a su silencio cómplice.
Más aún, el jueves 6, en el programa de radio de Carmen Aristegui, a lo más que llegó Mancera es a decir que se liberará a los inocentes. Las preguntas son: ¿y la investigación a los policías capitalinos que abusaron de su posición? ¿Y el castigo a los que violaron los derechos humanos? ¿Y el rechazo al uso de la fuerza como método para acallar protestas, reclamos, inconformidades de la sociedad?
Porque Mancera no habló de qué hará ante este tipo de manifestaciones o cómo procederá su policía cuando haya nuevas manifestaciones de repudio hacia el gobierno de Peña Nieto o de cualquier otro gobierno. ¿En dónde quedó la defensa de la “izquierda” a la libertad de disentir y manifestarse pacíficamente? De nada de eso habló Mancera, y eso resulta preocupante. Hoy parece que esta ciudad va en retroceso, camino a la ciudad de la desesperanza.
¿Por qué no habló también de analizar el trabajo de Marcelo Ebrard? ¿Por qué no habló de revisar los cientos de cámaras que él mismo puso en la ciudad cuando era procurador capitalino, y que deben servir en los procesos que se quieren llevar contra los detenidos?
Eso sí, en su discurso habló de colocar más cámaras y que lo ahí captado sirva de prueba para futuros procesos. ¿Por qué no aprovechó el momento y se refirió a los hechos violentos del sábado 1? son muchas las preguntas para el nuevo amigo, colega y compañero de sexenio de los priistas.
Se puede ser institucional, sin caer en la complicidad.
Por la forma en que tomó el poder Peña Nieto –las dudas sobre su legitimidad, el descontento que su persona encarna el viejo autoritario e intransigente PRI–, es probable que las manifestaciones en la ciudad de México sean una constante para Miguel Ángel Mancera, y por eso su posición era y es importante.
Ojalá y no haya callado por unos cuantos pesos en el presupuesto o por alianzas de poder. Ojalá y su silencio lleve consigo falta de tacto político, inexperiencia y visión política, aunque de cualquier manera ya erró y su actitud genera demasiadas preguntas.
Esta izquierda de la capital parece desdibujar cada día más a la ciudad de la esperanza y se acerca peligrosamente al tricolor.
Por lo pronto, Mancera inició con un silencio cómplice ante los violentos hechos del sábado 1, ante la persecución de los jóvenes y ante la criminalización de las manifestaciones o todo lo que huela a anarquismo. Esperemos que no siga por ese camino, que retome el rumbo de lo que inició en 1997.
Enrique Peña Nieto ya mostró que para él, todo el país debe verse como trató el caso Atenco en 2006. Su pequeñez política y la de sus operadores como Luis Miranda los han llevado a tener una sola visión de la política: “el uso excesivo de la fuerza”, la imposición y el ultraje a los derechos humanos.
Esperemos que Mancera no pretenda hacer mancuerna con el priista, porque entonces no sólo perderá la capital en las siguientes elecciones, sino que se habrá convertido en un indigno representante de la sociedad.
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En la indagatoria contra los exgobernadores de Tamaulipas, un testigo protegido declaró a la Procuraduría General de la República (PGR) que Rodolfo Torre Cantú, el candidato a gobernador asesinado en 2010, fue llevado por Eugenio Hernández y Tomás Yarrington a reuniones con Heriberto Lazcano El Lazca.
De acuerdo con un colaborador de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), con el nombre clave de “Pitufo”, asegura que en 2004 los mandos del cártel del Golfo y Los Zetas, en ese entonces integrados en un solo grupo, sostuvieron dos reuniones con políticos tamaulipecos para entregarles 25 millones de dólares por su protección.
Según el testigo, fue en la segunda reunión donde ubicó a Torre Cantú, quien luego sería ultimado en Ciudad Victoria.
“Fue a finales de abril de 2004, en una quinta, propiedad de Alí Rodolfo Lara Nájera, uno de los secretarios de Tomás Yarrington, ubicada aproximadamente en el kilómetro 7 de la carretera Victoria a Matamoros, cerca de una antena. Sé que es de Alí porque me lo dijo Ricardo Gamundi (exdirigente del PRI en Tamaulipas).
“Fue a finales de abril de 2004, en una quinta, propiedad de Alí Rodolfo Lara Nájera, uno de los secretarios de Tomás Yarrington, ubicada aproximadamente en el kilómetro 7 de la carretera Victoria a Matamoros, cerca de una antena. Sé que es de Alí porque me lo dijo Ricardo Gamundi (exdirigente del PRI en Tamaulipas).
“En esta reunión estuvieron presentes Eugenio Hernández Flores, Ricardo Gamundi Rosas, Rodolfo Torre Cantú, Fernando Alejandro Cano Martínez, Daniel Pérez Rojas alias El Cachetes, Rogelio Díaz Cuéllar, Antonio Galarza Coronado alias El Amarillo, Heriberto Lazcano Lazcano alias Z-14 (y) el de la voz”, declaró “Pitufo” el 2 de marzo de 2012.
Twitter: @jesusaproceso