Secuelas del 1º de diciembre
Detenidas denuncian hostigamiento de empleados del penal de Santa Martha Acatitla
Policías señalaron que Mancera ordenó la represión, afirman jóvenes encarceladas
Una de las detenidas el sábado pasadoFoto José Carlo González
Blanche Petrich /I
Periódico La Jornada
Sábado 8 de diciembre de 2012, p. 5
Sábado 8 de diciembre de 2012, p. 5
Hasta el pasillo
Ade procesadas del penal de Santa Marta Acatitla ha llegado la noticia de que las autoridades del Distrito Federal consideran liberar este domingo al menos a 22 de los 69 detenidos del primero de diciembre.
Pero esto nos tiene muy nerviosas. ¿Cómo que nada más 22? ¿Quiere decir que algunos, detenidos injustamente, podrían quedar presos? ¡Eso no puede ser!, dice Judith Gómez Contreras.
Ella y otras seis mujeres sujetas a proceso penal
por ataques a la paz pública, según consta en el expediente, fueron entrevistadas telefónicamente por La Jornada. Sus testimonios coinciden en una convicción:
nadie debe quedar adentro. Aquí todas somos inocentes. Ninguna participó en actos de vandalismo. Y de las detenciones irregulares de los chicos, también un alto porcentaje está preso injustamente. Hasta los policías nos lo dijeron: ustedes van a ser los pagadores.
Eso lo escuchó Guadalupe Coutiño, chiapaneca, durante el traslado al búnker de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
—¿Y por órdenes de quién? –preguntó.
—De (Miguel Ángel) Mancera –le respondió el policía que la empujaba hacia el fondo del camión enrejado.
No manches, pensé, y yo qué voté por él.
Hablan del insomnio en las celdas heladas, de la fraternidad tras las rejas:
Hoy tuvimos que lavar el baño con champú porque no había de otra, ríe Emilia Nery Moctezuma, pasante de enfermería. De cómo el sábado primero de diciembre trastocó sus vidas. De la angustia por sus familias, los padres, el hijo en el caso de Rosa María Vargas Rodríguez, detenida saliendo de la estación Pino Suárez del metro por defender a cuatro jóvenes que eran brutalmente golpeados por granaderos.
Si hubieran sido policías a los que estaban golpeando, también hubiera entrado a defenderlos, dice.
Es que soy cristiana y eso no lo puedo permitir. De la abuelita de Diana Estefani Aragón, promotora de seguros, detenida cuando esperaba el trolebús en el paradero de avenida Hidalgo. Sólo el recuerdo de la abuela haciéndose cargo de los abogados, los testigos, las pruebas, hace llorar a Diana.
También hablan de sus propósitos, apenas salgan libres.
Vamos a denunciar esta injusticia. Y vamos a defender a quienes queden presos.
¿La
líderde las vándalas?
Judith Gómez Contreras mide 1.50 y pesa 38 kilos. Hace cine documental y tiene una argolla en el labio. Cuando pasa al lado de los funcionarios de la rejilla de prácticas del juzgado, murmuran entre dientes: “¿así que tú eres la chingona, tú eres la líder de lasvándalas?” Ella se inquieta. Busca una forma para definir ese acoso:
es maltrato sicológico, ¿no? Algo peor que el maltrato físico. La verdad es que me tiene muy nerviosa.
Las demás detenidas se percatan de la maledicencia que afecta a Judith.
Y entonces me cuidan, se han portado superdulces conmigo. El pasado lunes, el noticiero de Cadena Tres, apoyado en imágenes filtradas de manera irregular por autoridades, mostró al aire su fotografía, señalándola como
cabecillade los grupos agresores. Ninguna prueba sustenta la nota del programa que conduce Pablo Hiriart. Por supuesto, esa versión preocupa doblemente a sus padres, José Luis Gómez y Alba Contreras.
¿Qué es lo que pasa?, se pregunta el padre.
¿Les van a sembrar pruebas?
Por como ha transcurrido todo el proceso, desde el momento en el que
encapsularona muchos detenidos en distintos cercos de granaderos con escudos, en calles lejanas a los escenarios de las trifulcas, hasta la actitud de los funcionarios en la audiencia del martes,
me queda claro que lo que buscan son chivos expiatorios, porque no tienen a ninguno de los verdaderos responsables.
A Judith la empezaron a señalar desde el búnker. “Ahí los custodios me acosaban, me decían que yo salía en todos los videos como vándala y que ya me había chingado. Yo trato de que se me resbale, pero la verdad por dentro siento bien feo”.
–¿Por qué tú?
–Quién sabe. ¿Porque visto de negro y uso botas?
La voz le tiembla, casi como si pudiera escuchar su escalofrío del otro lado de la línea.
Me da miedo quedarme y que las demás salgan.
Judith, como todas las demás, no tiene imputaciones directas. El acta en su contra es idéntica a las que se levantaron en contra de otras nueve mujeres. Se dice que fueron detenidas en la intersección de Juárez y Balderas, en momentos en que ellas ya estaban atrapadas en un cerco de policías en Filomeno Mata y Cinco de Mayo.
Hay evidencias de que yo estaba ahí, está probado, no sólo con el testimonio de las demás, sino porque también tomé fotos y las mandé al Facebook desde ahí. A su favor testificaron la maestra María Guadalupe Castillo y su hija Fernanda Patrani Castillo, que ya fueron liberadas. Y también sus amigos Montserrat Ascorbe y Christofer Marín, con quienes había acudido al Centro a documentar las marchas de protesta.
Lo
más feo, en su experiencia, fueron las horas que pasaron en los separos de la agencia 50 del Ministerio Público de la procuraduría capitalina.
Fue muy fuerte para todas, por el maltrato de los custodios. Y por lo que pasó después.
–¿Qué pasó?
–Pues que teníamos un amparo que nos protegía de que no podían movernos de ahí al menos en un plazo de 48 horas. Pasadas las 40 horas, cerca de las tres de la madrugada, a las que no salimos en el primer grupo de liberadas nos formaron en un pasillo. Apenas salió Mariana Muñiz de rendir su declaración, que fue la última, nos dijeron que nos iban a llevar a una dizque procuraduría de la mujer. Empezamos a gritar que no podían hacer eso, que tenían que avisar a nuestras familias y abogados. El comandante de ahí nos dijo: ‘¿Que no quieren, cabronas? ¡Pues entonces nos las llevamos por las malas!’
Se abrió una puerta. Daba al estacionamiento y ahí esperaba un camión con el motor encendido. Mariana Muñiz era la primera de la fila. Es su testimonio:
me tomaron de los brazos y me empezaron a jalar. Me violenté. Entonces las demás me empezaron a calmar, dijeron que no valía la pena resistirse si nos iban a lastimar. Entonces nos subimos al camión.
Ya estamos en la cárcel
Nuevamente es Judith al teléfono:
hace meses hice un documental de Acatitla, con las presas, sobre los niveles de injusticia que hay ahí dentro. Grabé sus testimonios. Cuando el camión se estacionó, vi que estábamos en la entrada. Fue una sensación tan fuerte... Me salí de mi cuerpo, tal era mi terror. Les dije a las demás: ya estamos en la cárcel.
Todas estaban heladas, de frío y de terror.
Y luego, todo el numerito. Nos desvistieron, nos hicieron tomar los uniformes beiges de un montón de ropa sucia del suelo. Eran las seis de la mañana y no sabíamos ni qué iba a pasar.
El jueves pasado entró un rayo de sol, con la visita familiar.
Vi a mis papás; pobres, siento que les cayeron varios años encima. Además, desde el área de visita lograron escuchar las consignas y gritos de apoyo que desde la explanada de la prisión lanzaban los manifestantes que fueron a brindar su apoyo.
Eso calienta el corazón, afirma Judith.