El Telégrafo, Ecuador
Martes 2 de febrero de 2016
Redacción Mundo
Abelardo Vázquez nunca lloró cuando tenía que ir a la escuela. Le encanta estudiar. Alexander Mora es apasionado del fútbol y casi siempre sale 20 minutos antes del trabajo para jugar en su club. Es delantero.
Carlos Hernández tiene 19 años, es el mayor de 5 hermanos. Juega de portero y le gusta el hip-hop. A Doiram González siempre lo recuerdan sus maestros con un lápiz en la mano, porque adora dibujar paisajes y animales. Mientras que Jhosivani Guerrero de la Cruz atrapaba ardillas de niño. Juega básquet, pero su verdadera pasión es el fútbol.
Ellos son 5 de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre de 2014. Un hecho de abuso policial y de poder en Guerrero que aún es difícil de digerir y aceptar por los familiares de los estudiantes y gran parte de México. La periodista argentina y corresponsal de EL TELÉGRAFO, Paula Mónaco Felipe, cuenta sus historias en presente porque, como bien dice, “se los llevaron con vida. Nombrarlos en pasado sería aceptar una muerte de la que no existen pruebas y con ello consentir que cualquier Estado pueda borrar a las personas, material y simbólicamente”.
Más allá de los titulares de prensa y de la versión oficial que las agencias han repetido, la desaparición forzada de estos jóvenes es contada a partir de relatos de quienes todavía los buscan: sus padres.
‘Ayotzinapa, horas eternas’ es el libro de 220 páginas que le tomó a Paula 6 meses de escritura y un sinnúmero de viajes desde Coyoacán hasta Guerrero. Es la primera obra que escribe, y se construyó luego de horas de entrevistas con los padres y de lágrimas también.
¿Cómo no llorar? Paula hizo suya la causa de los 43 de Ayotzinapa, pues ella es hija dos personas desaparecidas durante la dictadura argentina. Era previsible la indignación, dice Elena Poniatowska Amor en el prólogo. “A lo largo de 37 años, ella (Paula) nunca dejó de pensar en sus padres, ya que la Junta Militar se los llevó cuando solo tenía 25 días de nacida”.
A Paula la criaron sus abuelos, como hoy ocurre con varios de los niños que dejaron de forma forzada los estudiantes de Guerrero.
Al igual que los padres de los normalistas, Paula no se encerró en sí misma sino que buscó una forma de contarle al mundo lo que ocurrió y encontrar culpables. Por eso ella es miembro de la asociación H.I.J.O.S, que en 1995 decidió marcar con pintura roja las casas de todos aquellos que participaron de la junta militar.
Hoy el periplo en busca de justicia de los familiares, madres, padres y hermanos de los 43 de Ayotzinapa continúa. Cómo narra la autora, la búsqueda de sus hijos los ha llevado a audiencias en Inglaterra y entrevistas con Estela de Carlotto, fundadora de las Abuelas de Mayo.
Los padres de estos jóvenes aún no ven el libro, pero en él encontrarán las fotografías e historias de cada uno de los 43 desaparecidos, y 3 alumnos más que fueron asesinados. Cada capítulo fue corregido entre 5 y 10 veces, para conservar intacta la angustia suspendida en Ayotzinapa.
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