jueves, febrero 05, 2015

Ayotzinapa: más inconsistencias

Octavio Rodríguez Araujo
L
a lógica y las probabilidades, si aplicáramos el teorema de Bayes, nos indican que si entre los restos encontrados de un conjunto hay una identificación, es probable que los demás restos semejantes pertenezcan al mismo conjunto aunque no sean identificados, ya que hay una gran vinculación de relaciones causales dados los efectos observados, en este caso restos humanos sometidos a muy altas temperaturas. Sí, pero…
En primer lugar los restos identificados fueron obtenidos de una bolsa en el río San Juan, no en el basurero de Cocula, aceptando (sin conceder) que ahí fueron calcinados los normalistas. Segundo, esa muestra no fue avalada por los forenses argentinos, ya que –dijeron– no estuvieron presentes cuando se descubrió la bolsa con los restos del joven identificado como Alexander Mora Venancio (véase La Jornada, 8/12/14). Tercero, al ser encontrados de manera aislada del conjunto dejaron de ser semejantes, aunque pudiera asumirse (sin apoyo científico) que sí lo son; porque igualmente pudieron haber sido colocados (sembrados) en el lugar del hallazgo, algo que no sería insólito en México.
Es así que una más de las líneas de investigación científica, entre otras que ya han sido cuestionadas, carece de consistencia. Emilio Rosenblueth usó el teorema de Bayes para muy diversas construcciones en zonas sísmicas, y sus edificios, presas, centrales nucleares y otras que ahí están para comprobar sus aciertos, pero nadie le movió de lugar el conjunto tomado en cuenta para sus cálculos (el universo de las muestras, dicen los estadísticos). Los supuestos restos de los estudiantes de Ayotzinapa, en cambio, sí fueron trasladados de un lugar a otro. No importa, para el caso, quién lo hizo, pero al hacerlo se alteró lo que los criminalistas llaman la escena del crimen y, por lo mismo, la homogeneidad necesaria para el establecimiento de relaciones causales entre un conjunto de restos humanos y la identificación de una de sus partes.
Otro punto débil en la investigación de la Procuraduría General de la República (PGR) es el envío de muestras a la Universidad de Innsbruck. No se necesita ser científico para saber que a más de 300 grados de temperatura es casi imposible identificar el ADN de una persona. Una cremación suele hacerse a más de 800 grados por varias horas y el mismo Murillo Karam dijo que la hoguera del basurero de Cocula había alcanzado mil 600 grados durante 6-9 horas (SDPnoticias.com, 30/1/15). Entonces, ¿para qué envió las muestras a Innsbruck? ¿Por si acaso? Aceptemos, pues, que la hoguera de cremación en el basurero de Cocula no tuvo temperaturas uniformes y que unos cuerpos pudieron estar más separados del conjunto y, por lo mismo, a menos de 300 grados de temperatura. ¿Sólo uno y precisamente el que los forenses argentinos no pueden avalar porque no estuvieron ahí cuando fue descubierto?
Por otro lado, si la versión de la PGR es correcta, no podría menos que admirar a los jóvenes de Guerreros Unidos por cuanto a su eficiencia en su macabro y abyecto trabajo de trasladar a los estudiantes al basurero de Cocula, armar la hoguera, tirar los cuerpos y acomodarlos a manera de rejilla (para no impedir el flujo de oxígeno), mantener la hoguera hasta las 14 o 15 horas del sábado, conseguir el rápido enfriamiento necesario para recolectarlos junto con cenizas de todo tipo (ellos confesaron que esta tarea la hicieron como a las 5 de la tarde), quebrar fémures y otros huesos, ponerlos en bolsas de plástico, y finalmente tirarlos en un río a siete kilómetros del basurero. ¿Cuántos eran, unos nueve? ¡Qué eficientes y aguantadores! ¡Qué bueno que no había kriptonita verde en el lugar!, pues de haberla no hubieran podido con su labor de superhombres.
En 1973 Mario Vargas Llosa escribió Pantaleón y las visitadoras, una novela que da una lección de administración en el campo de los tiempos y movimientos, digna del taylorismo inventado a principios del siglo pasado para hacer más eficiente la cadena de producción en las fábricas, ahorrando precisamente pérdida de tiempo en movimientos inútiles para dicho propósito. Fue una novela, y también una película, pero en la vida real el taylorismo no lo pueden improvisar sicarios del crimen organizado, ni siquiera un recién egresado de una escuela de administración de negocios. Empero, lo hicieron, y esto aceptando, nuevamente sin conceder, que recibieron de manos de la policía de Iguala y Cocula a 43 personas vivas que en el trayecto murieron en parte por asfixiay otros por balazos, antes de ser aventados al fondo del pequeño cráter que nos presenta la PGR como el lugar de la hoguera. Pensemos, como hipótesis, que con la basura existente en el lugar era suficiente para hacer y mantener encendida la hoguera, sí, pero de todas maneras había que apilarla. Y estamos hablando de toneladas, no de unos cuantos kilos (325), como los usados en España por José Bretón para calcinar a sus dos pequeños hijos en octubre de 2011. Pero, además, evitaron que el fuego se extendiera más allá de la pira y lograron que no quedaran rastros de todo lo ocurrido… salvo, conjetura la PGR, los del joven Mora Venancio encontrado en el río.
Personalmente, me inclino a pensar que los desaparecidos están muertos, pero no puedo aceptar que la investigación de la PGR sea como ha querido presentarla su titular en el video del 7 de noviembre ni en el del 27 de enero. Mucho más tendrá que explicar para convencernos.