La última de las mujeres detenidas en Atenco recuperó su libertad, 2 años y 3 meses después de aquella represión. Una represión en la que todo el peso de siglos de agresiones machistas a mujeres en todos los rincones del mundo cayó sobre nuestros corazones. Aquellas torturas nos marcaron a todas las que, de alguna manera, estábamos cerca de la lucha por la tierra en México. Mujeres que, desde distintos puntos del planeta alzaron al viento su grito de rabia, de justicia, ante una sociedad que día tras día, en las calles, en las luchas y en la intimidad de los hogares agrede hasta la muerte a sus mujeres. Aquellas torturas nos plantaron delante un espejo que reflejaba toda esta estructura de poder machista, dentro de la cual vivimos y respiramos como podemos, y actuamos para construir otra vida.
Con aquella represión, el gobierno mexicano pretendía obligarnos a todas a aceptar la sumisión a los roles femeninos que nos asignan, a quedarnos en casa, calladas, quietas, aisladas. Pero nosotras, aquí y ahora, podemos afirmar que no lo consiguieron. Que de la rabia que acompañaba la impotencia sacamos fuerzas para agarrarnos las manos y salir a la calle de nuevo, para gritar lo que nos hicieron, para denunciarlo. Nos organizamos aquí y allá, sacamos recursos de cualquier lado, potenciando la creatividad pudimos dar la vuelta a situaciones extremas, consiguiendo capacidad de buscar soluciones en un infierno; tejimos lazos muy fuertes, y aprendimos un nivel más profundo de apoyo mutuo. El apoyo que nació del replanteamiento personal de cada una sobre nuestras vidas, nuestros miedos, nuestras debilidades; de la indignación, del sentir que nadie merecemos eso, del querer dejar de normalizarlo, y sobretodo, de los momentos en que nos atrevimos a hablarlo y compartirlo entre nosotras. Manteniéndonos juntas nos hicimos más fuertes. Y hoy, mirando hacia atrás, podemos ver los pasitos que dimos, la reparación que vamos construyendo hacia nuestros corazones. Podemos ver que la constancia de nuestra dignidad en esta denuncia social y jurídica les resulta incómoda, que les sale caro mantener mujeres de Atenco presas. Que están viendo que la resistencia de las mujeres no se vence violando nuestros cuerpos. Que no es tan fácil callarnos. Aunque nos encierren tras rejas, aunque el machismo social nos siga atacando desde afuera y adentro de nosotras mismas, tenemos una fuente de valentía que no consiguen secar. El martirio de Atenco nos echó encima siglos de historia de violencia machista. Hoy, con la libertad de la ultima de las compas mujeres detenidas en Atenco, sembramos entre todas un granito más en la historia de lucha y resistencia de las mujeres del mundo. Hoy seguimos jodidas, pero resistentes. Porque si podemos, y vamos a seguirle. Porque Atenco vive.... y nosotras también...