jueves, febrero 21, 2008

Carta de América del Valle a los hermanos de la CCIODH


Hermanos de la Comisión Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos:

Aún tengo sin colgar aquella llamada que, a alguno de ustedes pude hacer para denunciar pedacitos del 3 y 4 de mayo del 2006 y digo "pedacitos", porque todo lo que rompieron los verdugos en nuestro pueblo, en nuestras vidas, aún no lo acabo de juntar.

Entonces, como si todo este tiempo se comprimiera para volver a esa noche, donde, del otro lado alguien me escuchaba, aprovecharé esta oportunidad para continuar denunciando, hablando y también compartiendo.

Ahora tengo 27 años. La estancia que me acoge, más temprano que tarde se convirtió en una trinchera de lucha. Nunca imaginé que los días, semanas, meses y pronto, dos años, tendría que estar exiliada de mi pueblo y de mi sangre. Pero cuando repaso los últimos siete años, caigo en cuenta que no ha sido poco lo que he aprendido junto a mi pueblo, mis padres y hermanos, como no ha sido poco lo que hemos logrado. Y recuerdo infinidad de pláticas sobre la lucha de los pueblos con mi papá, incontables lecciones que sólo son posibles cuando se es parte de algo que se construye en colectivo, y me siento tan afortunada de tener al padre que tengo, de tener a la madre que tengo, de tener a los hermanos que tengo y toda mi familia que no acaba y llega a todas las orillas de los pueblos y sólo así, en esta trinchera, me convenzo que no tenerlos cerca, no quiere decir que no los tengo.

2 de mayo de 2006. Junto con varios compañeros de distintas comunidades del FPDT, acudimos a la convocatoria que los universitarios nos hicieron, para estar presentes en el acto que se efectuaría en la Universidad Nacional Autónoma de México, en el marco de La Otra Campaña (LOC); además de que teníamos que cumplir con el compromiso de ser parte de la comisión de seguridad. Desde Atenco, decidimos que por esta ocasión, debíamos dividir los esfuerzos y tan sólo una comisión acudiría a dicho evento y la mayoría se quedaría para acompañar a los floristas hasta la subprocuraduría de Texcoco, para buscar un acuerdo entre las autoridades estatales, municipales y estos, que a lo inmediato sólo querían que se les dejase trabajar, en las fechas importantes para sus ventas (3, lo y 15 de mayo).

Durante el acto, pude informar de manera breve el por qué de la ausencia del grueso del FPDT.
Al término de nuestras tareas, hablé con mi madre para avisarle que por esa ocasión me quedaría con mis amigos en la capital y le pedí que nos mantuviéramos en comunicación, a sabiendas de que se estaba llevando a cabo la "negociación" con los floristas.

Por la noche hice una llamada a mi madre y me contestó que, prácticamente se había llegado a un acuerdo para que pudieran trabajar los compañeros, aunque las autoridades no dejaron de mostrarse reticentes.

3 de mayo. Me despertó una llamada de mi celular. Era mi padre quien me ponía al tanto de lo que estaba ocurriendo. De inmediato comencé a llamar a compañeros de mi pueblo y me di cuenta que todos estaban enterados de lo ocurrido. Enseguida Nacho, mi papá, me volvió a hablar para decirme que no me regresara -a Atenco- y que mejor hiciera la denuncia con las organizaciones hermanas. Obedecí, sus indicaciones y me apresuré como pude para dirigirme vía telefónica a algunos medios de comunicación y explicar el origen de las agresiones de la fuerza publica contra los floristas. Más tarde me dirigí hasta donde estaba el compañero Marcos. Le amplié lo que ocurría. Mientras en mi pueblo, la tensión crecía desde que la fuerza publica llegaba a golpear y balear a la gente, para disolver el bloqueo carretero, que se realizó como una forma para presionar al gobierno estatal, establecer una "mesa de diálogo" urgente y retirar al cerco policíaco en el que ya tenían a los floristas y compañeros del FPDT, en una casa, al costado del mercado de Texcoco.

En el acto público que se efectuó en la Plaza de las Tres Culturas, dieron prioridad para que informara del avasallamiento que ya empezaba contra nuestros pueblos y organización. Iban a ser o tal vez ya pasaban de las tres de la tarde, cuando recibí la llamada de una compañera, con su voz quebrada y desesperada, donde me dijo que, "ya habían matado a un niño". Fue un golpe duro. Conforme pasaban los minutos mi pensamiento se alejaba del lugar donde estaba. Se aferraba a las calles de mi pueblo, a todos los rostros de mi pueblo, a otros momentos críticos de mi pueblo, a la tenacidad de mi pueblo... pero debía hacer todos los esfuerzos para mantenerme serena y también tuve que seguir escuchando las lecciones de mi padre, Siempre que nos hemos encontrado en dificultades.

La noticia encendió mi coraje, mi rabia y sólo podía canalizarla en mi voz. Me apresuré a confirmar con precisión el asesinato y lo denuncié. Como ecos escuchaba voces que me decían, "NO ESTÁN SOLOS, VAMOS A VOLVERA VENCER, AMERICA ESTAMOS CONTIGO... ".

Comencé a dudar dónde debía estar, ¿en mi pueblo o lejos de él? Marcos y otros compañeros, Siempre trataron de ayudarme para tomar la mejor decisión. Todavía no entraban por mi padre, todavía no. Eso, y saber que la mayoría de mis compañeros estaba en mi pueblo, me volvió a convencer de que debía seguir en la trinchera que estaba. Pero no pasó mucho tiempo para sentir como me desgarraban por dentro.

Pasaban las cinco de la tarde y escuché lo que sería la última llamada de mi padre. Entre otras cosas me dijo: “...cuídate, cuídate, estamos bien, te quiero mucho... ". No quería que me dejara de hablar, no quería quedarme sólo con la colilla de sus palabras, de su voz, porque entonces lo siguiente sería comprender que en adelante todo sería incertidumbre.

Pasaron por mí todos los escenarios: la tortura, el asesinato, la desaparición, la cárcel y todas juntas. No sabía con quien estar rabiada. No acepté ya no tenerlo. No acepté que nos lo hubieran arrebatado y hoy, todavía no lo acepto.

Escondí el desgarre, me lo tuve que tragar, para poder continuar. El también lo hubiera hecho así. Tuve que volver a mí, auque la duda volvió y me convencí que de debía estar en Atenco.

En adelante las llamadas se volvieron más tensas. Básicamente eran intercambio de informaciones. Comuniqué a los que tenía cerca, la decisión de retornar a mi pueblo. Otra vez volvieron las sugerencias. Pude hablar con mi madre y un par de compañeros y coincidieron en que me debía quedar. Alguien a quien quiero mucho, me dijo que "debía pensar que era lo mejor en ese momento y para el movimiento, estar allá o acá". Creo que desde ahí, tuve que asumir que no podía actuar en función de mis sentimientos y dolor, sino en función de lo razonable e inteligencia.

La convocatoria de solidaridad que hice, tuvo una respuesta irrefutable. El anuncio de Marcos, de"Alerta roja" del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y tantas muestras de indignación de la gente que podía ver y escuchar, me levantó, me devolvió cierta confianza para no decaer y estar a la altura de las circunstancias.

Toda la tarde estuve recibiendo llamadas de los medios de comunicación. Muchos sinceros, pero la mayoría en tono de escarmiento y descalificadores, me cuestionaban sobre lo ocurrido. "Que la famosa patada fue un acto inhumano... que qué teníamos que hacer en un conflicto que no nos competía... que si la ley, el Estado Derecho que si Marcos... etc.". Pocos fueron inteligentes y sensibles. A los que más se desgarraban sus vestiduras, les devolvía sus cuestionamientos señalando el papel tan nefasto que juegan, a la hora de enjuiciar a los que ellos acusan a priori como culpables y califican como delincuentes, como si el resto de los actores no existiera, como si los enfrentamientos entre el pueblo y la fuerza represiva, fuera por generación espontánea.

Las "informaciones" iban y venían. Se estaba montando el escenario para una represión inimaginable. En la televisión, la misma imagen de "la patada". En la radio, locutores analíticos de la morbosidad, ocultando y distorsionando -con su cinismo particular- a la verdad. Todos los medios oficiales, en un coro al unísono: “macheteros violentos”, “macheteros fuera de la ley”, “macheteros, macheteros, que les caiga todo el peso de la ley...”. Tarde y noche fue así.

Tal como se convocó, muchos acudieron a la Universidad de Chapingo, ubicada en Texcoco (a poco de 2 kilómetros de Atenco) y otros al "Puente de Fierro", un lugar de la orilla del municipio de Ecatepec. Ambos, por ser sitios conocidos y viables para aproximarse a nuestro Atenco ya cercado, a la gente solidaria se le facilitaría concentrarse y en determinado momento llegar directamente para formar un cinturón de solidaridad y cese de la represión.

Prácticamente a las 9 de la noche, la Universidad de Chapingo, se empezaba a convertir en unaconcentración alistada para que en el momento que se conviniese, partiera hasta Atenco. Se hicieron las valoraciones, para evitar nuevas confrontaciones entre la multitud solidaria y los cuerpos represivos.

Desde el celular -que por varios días, fue mi única forma de comunicarme directamente con los más cercanos- pedí a la concentración que "guardara calma y que organizáramos bien, antes de salir... que primero los de Atenco, nos debíamos coordinar para recibirlos y así evitar mas represión". De alguna manera, lo coordinamos y cerca de las 11 de la noche o más tarde, en conjunto llegarían.

Escuché que mis compañeros leyeron un comunicado, donde reiteraron al gobierno estatal las principales demandas:- Alto a la represión,- Retiro de la Fuerza Pública- Mesa de Diálogo (con carácter urgente)- Libertad a los Presos Políticos

Nadie quiso escuchar e igual como en la tarde, la omisión de los verdugos, nos mandaba el mensaje que Humberto Benítez Treviño (secretario de gobierno, del represor Enrique Peña Nieto) le restregó a mi madre: "no es nuestro problema y háganle como quieran".

Siempre traté de no perder comunicación, pero conforme pasaba el tiempo, ni unos ni otros tenían señal en los teléfonos. Pude comunicarme con algunas organizaciones hermanas para seguir pidiendo solidaridad, pensando que si librábamos la noche y madrugada, al día siguiente debíamos conjuntar una movilización y las acciones necesarias para exigir la inmediata liberación de los presos políticos.

No hubo nadie que se negara y era claro que desde sus lugares no perdían atención. Se supo que Enrique Pena Nieto estaba en Texcoco concertando el operativo represivo, junto con Nazario Gutiérrez y altos mandos policíacos. Rumor o no, lo cierto es que hubo notas periodísticas que desde el día siguiente lo confirmaron.

Con el "problema" de la comunicación vía telefónica, decidimos comunicarnos con dos 0 tres enlaces, cada medía hora y sólo para informar lo relevante.

1, 2, 3 de la mañana. 4... de la mañana. Una compañera me sugirió que descansara, en una modesta colchoneta que la solidaridad nos ofreció. Cerré los ojos. Sólo podía pensar en mi padre, en mis compañeros presos, en mi madre, mis hermanos y todo mi pueblo. Quería correr hacia ellos. Muy en el fondo oraba, pedía que cesara todo, que la bestia no siguiera despertándose, que los represores se arrepintieran y que Javier sólo durmiera y que todo fuera un mal sueno mío, que me despertara en la misma casa, junto a los míos.

No me podía concentrar en otra cosa que no fuera mi pueblo. No daba crédito a lo que estaba pasando. Habrá sido medía hora más o menos, cuando una de las llamadas me dio registro de andaban las cosas por allá. Parecía que la íbamos a librar.

Pero en otro momento un reportero, al cual apreciamos, me llamó para decirme lo que él percibía definitivamente con todo y su experiencia. Me dijo que había mucho silencio, que eso le hacía más ruido, que parecía que a todas las hileras de uniformados se los había tragado la tierra y que eso no era buena señal. Tomé mucho en cuenta su llamada y como si me hubiera leído una predicción, llamé para alertar por cualquier cosa y que nadie se confiara, e incluso que en determinado momento se replegaran.

El la radio, tampoco se escuchaba nada, más que los comentarios de escasísimos reporteros que parecía que sacaban de los escombros de ese tres de mayo.

Traté de pensar en lo que debíamos hacer en las siguientes horas. Una marcha, una reunión urgente para hacer un plan de acción entre las organizaciones más posibles, adherentes y no adherentes a la Otra Campaña. Comunicados de denuncia y solidaridad al interior y exterior del país, romper el cerco de la fuerza represiva con una acción pacífica... todo lo que se nos ocurriese para arrancar a los presos de las garras.

El compañero Marcos convocó a realizar acciones de protesta y apoyo, en todo el país y desde el día anterior, decenas de organizaciones nacionales y extranjeras comenzaron a trabajar para que fuera posible.

6 de la mañana... cuando todo parecía que ya no se atreverían a entrar, dadas otras experiencias, donde ellos eligen la oscuridad para asaltar de manera desprevenida, empezó a ocurrir todo lo contrario. El silencio se rompió y como si se soltase a una bestia hambrienta de venganza, ésta, no tuvo piedad con nadie. La última llamada, de aquellas frecuentes, confirmó que ya estaban avanzando. Le pedí que si no había forma de resistir que se replegara, que no se expusiera y que pasara la voz a los que más se pudiera.

Los celulares del resto de contactos en Atenco, dejaron de funcionar. Hice llamadas a cuanto pude, incluyendo algunos periodistas que estaban cubriendo. Uno de ellos, desde lo que podía ver, me dijo que eran centenas de uniformados y que estaban golpeando y amedrentando con armas de fuego. En otra llamada me dijo que a ellos como prensa, también los estaban reprimiendo y los habían sacado por la fuerza del hotel que está a la entrada del pueblo y no les permitían tomar fotos y registrar con las cámaras de vídeo la represión. En mi desesperación de no hallar más comunicación con nadie de mis compañeros, Le pedí que no dejara de decirme lo que ocurría.

Así, dos periodistas, que fuera de su profesión, se volvieron compañeros, me estuvieron poniendo al tanto de lo que pasaba.

Sitiar a Atenco con un operativo de la magnitud de más de 3 mil uniformados, incluidas las corporaciones especializadas en disolver y cazar a las organizaciones, les tomó menos de dos horas. Sin embargo, la pesadilla no concluyó ahí, porque todo el tiempo que invadieron nuestro pueblo y allanaron las casas que se le antojaba, así como las precisas para aprehender a los que integramos el FPDT, además de sembrar terror y cometer violaciones sexuales contra varias mujeres, saquearon y continuaron las golpizas.

Uno de los periodistas que daba seguimiento a la represión, me habló en el momento que un grupo especializado de la PFP, cercó varios metros antes de llegar a mi casa y entró para desvalijarla y sacar ensangrentados a dos jóvenes y un señor que seguramente se estaban refugiando. Él pidió que lo dejaran hacer su trabajo, pero se lo impidieron y como todos los vecinos, pudo ver cómo descendía un helicóptero dentro del terreno.

Se le acababa el crédito y yo aproveché para pedirle que, “si veía a mi madre o a algún familiar, los sacara del pueblo y que les dijera que yo iba a seguir luchando”.

Creo que estaba en shock, como me suele pasar cada vez que lo recuerdo.

Quise desaparecer de la faz de la tierra, quise hacerme una piedra para no pensar, no sentir…

Pero una y otra vez, me jaló con tanta fuerza, hasta estremecerme, el coraje y todos los rostros que conozco y todos los que aún no conozco.

Con el apoyo de varios corazones que junto a mí, nunca dejaron de palpitar, me mojé la cara, vi en un espejo unos ojos avivados y le dije: “no te rindas, no te rindas, ellos te esperan”.

Mis puños se fueron tras mi garganta para evitar que saliera un grito. Exprimí mis ojos para que no salivaran.

Traté de recuperar toda la cordura posible y empezar a hacer lo que en esos casos, los hombres y mujeres a los que admiro, harían.

Por varias horas, las llamadas ya sólo serían de compañeros que estaban en la ciudad atentos y con disposición para hacer lo necesario, y de toda la avalancha de los medios de comunicación, que entonces, ya habían tenido que cambiar sus tonos, aunque muchos no serían menos nefastos.

Hubo una llamada que me avisaba de la disposición para que entrara una ambulancia, pero debían contar con “mi consentimiento”. Acepté inmediatamente y pronto se encontraría “negociando” con algún retén de la PFP o de la ASE para que hiciera su trabajo. Aunque tardó, lo consiguió y tratamos de no perder el enlace. “Me dicen que la gente que se atreve a salir de sus casas, es contada y los que más abundan son los uniformados, quienes no dejan de cuestionar su presencia”. Casi en paralelo, recibo una llamada de no recuerdo quién, y me detalla rápidamente que hay un estudiante herido de gravedad en la cabeza, que están refugiados y que no pueden salir porque justo afuera de la casa hay uniformados resguardando. Vuelvo al enlace con los de la ambulancia y les doy dicha información, pero sin poder decir con precisión el lugar, porque yo tampoco lo sabía.

No sólo la policía tenía desconfianza hasta de sus sombras, también la gente desconfiaba de la presencia de la ambulancia, siendo que habían estado solicitando todo el tiempo sin obtener respuesta, porque los heridos abundaban escondidos.

Sólo hasta que alguien tomó el teléfono del enlace y escuchó mi voz, se convenció de que eran personas solidarias. Aquella compañera, los fue guiando con discreción por donde pudo. Así varios refugiados pudieron salir ese mismo día del pueblo, pero fue imposible repetir la hazaña, porque les prohibieron volver a entrar al pueblo y lo único que les quedó, fue estacionarse lo más cerca del lugar.

Las llamadas de auxilio para el estudiante herido fueron sólo una o dos veces más. Tiempo después, cuando he venido armando la historia, comprendo que ya no pudieron comunicarse casi con nadie y que se tuvieron que esperar el resto del día, escondidos.

Mediante correos electrónicos y las entrevistas con los medios de comunicación, hacia las denuncias y extendía las negras noticias que me llegaban, también se pudo convocar a una reunión urgente en la ciudad de México, con las organizaciones mas posibles.

De a poco en poco, comenzaban a fluir contadas llamadas y susurros de mis compañeras del pueblo. Lo único que les alcanzaba a contestar era, que "no me iba a rendir, que estaba de pie, que lucharía hasta las últimas consecuencias y que los que corrieran más riesgos, hicieran lo posible para salirse del pueblo, en tanto se calmaban las cosas... ".

Intercambiar palabras contadas, apenas el susurro de nuestras voces, era reconfortante. Sabernos que tenemos coraje para levantarnos después del avasallamiento y todo el dolor, nos hacia sentir vivos y con cierta confianza de que la calma regresaría.

Por más que preguntaba por mi madre y hermanos, nadie sabía donde estaban. Era como si nos hubieran roto en cachitos a cada uno y a cada familia. Todos teníamos por quién preguntar.

En medio de toda la organización que comenzaba a caminar poco a poco, no dejaba de imaginarme que lo peor había alcanzado a toda mi familia.

Las horas pasaban lentas, pesadas. El día se nubló como si se aguantara las ganas de llorar, como si también se hubiera entristecido por toda la sangre que vio correr.

Las preguntas de los conductores periodistas, ya incluían la pregunta de que, "si tenía delitos por los cuáles se me persiguiera", "que qué iba a hacer, porque ya estaba girada la orden de captura en mi contra... ". Era de esperarse que la infamia no terminaría, que el gobierno echaría a andar la persecución en contra de todo el FPDT, que empezó por la mañana. Poca cabeza tenía para estar pensando en eso. Mi mayor preocupación era mi familia y muchos mas compañeras que empezaron a reportar como desaparecidos.

Era un hecho que no podría regresar a mi pueblo hasta que se valorara el momento conveniente. Todas las manos se ofrecieron incondicionales y tuve que asumir que no vería más a los míos por mucho tiempo.

Hice lo posible para estar presente en la reunión citada, pues se tomarían decisiones importantes y sólo yo estaría representando la voz de mi pueblo, en un momento, donde lo principal era unificar esfuerzos para sacar a todos los presos.

Fue a las 6 de la tarde y pude llegar desde su inicio. Había organizaciones hermanas; unas adherentes a LOC y otras no, compañeros que habían presenciado el salvajismo, prensa alternativa.

Siempre siguiendo las enseñanzas de mi pueblo, hice un llamado de unidad sin importar las posiciones políticas, porque el momento requería -y requiere- de todos los esfuerzos.

Todos querían hablar, muchos para denunciar e informar y otros para exponer las propuestas del plan de acción. Dado que el tiempo era poco priorizamos lo segundo y a sabiendas de que las discusiones suelen convertirse en discusiones de "diferencias de fondo", rescatamos las propuestas más viables y las conjuntamos con otras que hice a nombre del FPDT, de lo que surgieron las que mas tengo presentes:

Sábado 6 de mayo: marcha (para romper el cerco policiaco), de la Universidad de Chapingo a AtencoDomingo 7 de mayo: Asamblea Nacional contra la represiónLunes 8 de mayo: acciones dislocadas a nivel nacional…

Durante la reunión, se daban espacios para las denuncias. Todos tenían una historia de dolor que contar.

Una joven de mi edad se acercó, tomo mi mano y llorando me dijo que su padre era Jorge Salinas, que no sabía nada de él. Me enseñó una foto que llevaba y me suplico que la ayudara. La abracé y le prometí que no iba a parar de luchar y que su padre y todos, estarían de vuelta con nosotros. Le pedí que fuera fuerte y que me creyera, que no perdiera confianza y que su padre quisiera que se mantuviera de pie.

Decirle eso, me hizo caer en una contradicción. Yo tampoco sabía nada de los míos y era incierto volverlos a ver.

Otros jóvenes más, me preguntaban que si no había visto a sus amigos, a su prima y así. Trataba de explicar que yo no había estado en Atenco y mejor pedí ayuda para que se fuera haciendo un registro de todas las personas que habían ido a Atenco y todas de las que no se sabía su paradero.
Una nota de la abogada, Bárbara Zamora, que me hicieron llegar, denunciaba que había habido violaciones sexuales a mujeres y que todos los presos políticos estaban incomunicados, que ni a ella, la dejaban pasar a verlos. Esto, lo hice público y la indignación de todos creció, creció.

Alguien se me acercó y me dijo al oído: "Trini esta bien, yo la vi". Ese susurro me devolvió un pedazo de mi vida y quise pensar más en positivo sobre el resto.

Terminada la reunión, me tuve que marchar inmediatamente. Antes, alcancé a abrazar a un gran, gran compañero que no me dijo nada y yo tampoco, pero nos dijimos todo.

Desde entonces, me puse a vivir aquí.

Dos días mas tarde, mediante las notas de la prensa, supe que mi hermano menor, mi César, estaba preso junto con dos primos y más de 200 hermanos de lucha y sangre. También, por la prensa me enteré que no había desaparecidos.

Por la misma prensa empecé a desempolvar y di con la gente que conocía, los vecinos que iban pasando, las mujeres que estaban preparando a sus hijos para la escuela, los jóvenes y niños que estaban durmiendo y que fueron sacados de sus camas. Escuche con más estruendor los gritos de horror y súplica, que a la fecha todavía alcanzo a oír. De Alexis que yacía en estado de coma, los viejitos que tuvieron el valor y coraje para adoptar a algún muchacho y llevarlo de la mano, como levaban sus canastas en el mayo de las cruces, a saludar a sus compadres.

Por la prensa me he seguido enterando del mayo rojo, por algunas letras que suelen volar hasta esta trinchera que las atrapa. Pero es la fecha que no termino de completar esos días de amor, de guerra, de noche, de espera.

Entonces y en tanto pego mis piezas y una parte de mí se sigue completando mediante mi hermano mayor Ulises, y mi madre, Trinita y todos los compañeros que han venciendo la cárcel y el exilio, aquí sigo, con letras, con voz, con firmeza y disposición para luchar, para resistir y construir, porque al final, la victoria, la justicia, la libertad, nos va a abrazar.

Busco como llenar el silencio, las ausencias y las distancias. Me alimento de las dignidades que crecen por todos lados, desde mis hermanos que tienen que cruzar fronteras, la del norte y la del sur, desde nuestra hermana Oaxaca que no para de encender la esperanza, hasta mis compañeros maestros que juntos vamos a tumbar las reformas del despojo.

Me mantengo firme, porque todos los días recibo el ejemplo de mis hermanos zapatistas, de mis hermanos mineros, obreros, estudiantes, campesinos, mujeres... me mantengo firme porque el veneno de la bestia no debe asesinar nuestras luchas.

Porque nuestro México y toda nuestra gran pradera, de América Latina, nos convoca a defenderla, hasta con la vida si es preciso.

Me mantengo en pie de lucha porque no queremos vivir bajo las botas de reformas judiciales, carcelarias, perseguidoras, asesinas, violadoras... Porque la libertad no es un privilegio ni una dádiva, la libertad es nuestra y es nuestro derecho.

No me rindo, porque sigo el ejemplo de Nachito, mi padre, de mi Cesar, de Felipe, de cada nombre de todos los presos políticos de mi patria, de cada desaparecido por los verdugos, de cada nombre de los perseguidos y perseguidas como yo...

Estoy de pie, desde este refugio que es más una trinchera de lucha y dignidad.

¡PRESOS POLÍTICOS, LIBERTAD!
¡ATENCO, EN PIE DE LUCHA!
¡HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE!
¡VENCENCEREMOS!

América del ValleFrente de Pueblos en Defensa de la Tierra
En la lucha, febrero 2008
Comisión Civil Internacional de Observacionde los Derechos Humanos
P R E S E N T E
Antes de pasar a la relatoría que preparamos en el marco de su visita a nuestro país, todos los que integramos el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, todos nuestros compañeros perseguidos y presos políticos, sus familiares, todos los que tuvieron que renacer desde el 3 y 4 de mayo del 2006, el pueblo en general, les reiteramos nuestro más sincero agradecimiento por acercarnos sus manos que todo este tiempo nos siguen abrigando de esperanza y dignidad, para conseguir justicia, libertad y respeto.
La lucha y resistencia de los pueblos, la dignidad, el dolor, la esperanza, la indignación, la solidaridad, nos encontró y allí nos hemos ido reconociendo.
Atenco, ya es su pueblo, ustedes son ya nuestros hermanos.
GRACIAS