Luis Hernández Navarro
P
ara Vicente Estrada Vega, Ayotzinapa es todo. Son las raíces. Es el sentimiento que tiene uno hacia los demás. Es un aroma. Es el olor de sus campos a cilantro, guayaba y mango. Es la majestuosa vista de los volcanes al subirse al cerro y la sensación del enorme chorro de agua sobre su cuerpo después de jugar basquetbol en las canchas de la escuela.
Vicente tiene 78 años y estudió la secundaria y parte de la carrera para maestro de primaria en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Como tantos otros de sus compañeros en la escuela, desde que vino al mundo nació para luchar. Allí conoció e hizo amistad entrañable con Lucio Cabañas. Él cree que Ayotzinapa es hoy la cuna de la inquietud social en México.
Su padre fue minero en Taxco. Su vida fue devorada por la silicosis. Murió con la tos seca. Nunca fue recompensando con nada. Tuvo que conformarse con tener empleo durante algún tiempo. Hasta allí llegó su existencia. Falleció en 1949 y dejó cuatro hijos huérfanos y una viuda.
Donde Vicente nació había una vereda por la que pasaba todas las mañanas. Allí le llegaba el olor del cianuro, que venía de uno de los lugares en los que depositaban los jales de la mina. La tierra estaba envenenada por todos lados.
Gran parte de su niñez la hizo en la zona de Ayotzinapa. Estudió la primaria en el internado de Tixtla, Adolfo Cienfuegos y Camu. Por allí pasaron cuatro hermanos. Era la única institución que les daba posibilidades de tener el sustento y estudios. La vida le enseñó lo que es la pobreza y la contaminación en carne propia.
Huyendo de la condena de tener que ser eternamente fiel a su difunto, su madre se trasladó a La Merced, en la ciudad de México. Al terminar la primaria él la siguió. A los 14 años se hizo obrero en la fábrica de muebles Excélsior. Allí vislumbró a lo que tendría que enfrentarse en adelante: no podría salir de ese mundo si no buscaba otro camino que le diera perspectiva.
Encontró entonces, no sin dificultades, la forma de entrar en la Normal de Ayotzinapa. Estudió para maestro porque de por sí no había otra cosa. En la escuela tuvo un lugar para acostarse, donde estudiar y el alimento de cada día. Ninguna otra institución escolar ofrecía esas facilidades.
Como tantos otros condiscípulos, Vicente se convirtió en líder en la Raúl Isidro Burgos. Nunca en su vida había sido nada, pero en Ayotzinapa ganó el comité de la sociedad de alumnos. Él no sabía hablar, pero cuando llegaba a los pueblos le decían:
A ver, el estudiante-escuelante que está aquí, que nos diga algo de la escuela. Y él empezaba a titubear, y se sentía obligado a reflexionar en voz alta sobre los problemas que ellos querían escuchar.
Vicente estaba en segundo de secundaria cuando Lucio Cabañas entró a sexto de primaria con 17 años de edad. El futuro guerrillero llegó cargando a cuestas una lucha que no había escogido: los caciques le habían matado a su padrastro. Estrada lo invitó a participar por primera vez. Le dijo:
Vente, vamos a pelear para que lleguen a la sociedad de alumnos los mejores compañeros. ¿Sabes qué? Tu grupo y el mío hacemos mayoría. Vamos a ganar. Y ganaron.
Vicente se fue a la ciudad de México a terminar su carrera en la Nacional de Maestros, pero él y Lucio se siguieron tratando. En la capital apoyó la lucha de Othón Salazar por la democratización del SNTE y conoció a Genaro Vázquez. Comprometido con Guerrero, participó en la movilización para desconocer al gobernador Raúl Caballero Aburto, no como parte de la dirección del movimiento, pero sí derrocando a algunos presidentes municipales.
Maestro cesado por su militancia sindical democrática, acompañante de la lucha ferrocarrilera, estudiante de economía, militante de la Liga Comunista Espartaco, Vicente se convirtió en el compañero Dionisio. Se ligó al jaramillismo que había sobrevivido al asesinato de su dirigente en 1962, gracias a Félix Serdán, recientemente fallecido. Con él recorrió con las comunidades de Morelos y Puebla donde el movimiento tenía presencia.
En una reunión en Matamoros, Puebla, los viejos jaramillistas le reprocharon a un grupo de activistas que quienes venían de las escuelas
llegan a calentar y se van y nos dejan. Vicente les respondió:
Bueno, cada quien que se comprometa como quiera, pero yo me quedo. Y desde esa fecha –con cárcel de por medio– sigue allí.
Ya levantado en armas, Lucio Cabañas recorrió con Vicente y los jaramillistas el estado de Morelos. Eran compañeros entrañables. Con él, el ex dirigente de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) tuvo cobijo y atención médica. Con su apoyo se trasladó a Durango, Veracruz y Michoacán. Siempre estuvo seguro. Dionisio participó en los encuentros de la sierra que organizaba el Partido de los Pobres.
Un mes antes de que Lucio Cabañas muriera en combate en el Otatal, Estrada Vega cayó preso junto con su compañera Teresa Franco (http://goo.gl/tt19aE ), como resultado de una delación. Fue salvajemente torturado y detenido en el Campo Militar número uno. Inspirado en Las cartas del sur de los vietnamitas, la cárcel fue para él una escuela. Fue sentenciado a 13 años y salió a los cuatro. Tras las rejas, tuvo la oportunidad de hacer un trabajo de conciencia muy eficaz con los presos comunes. Trasladado al Reclusorio Oriente, abrió al cultivo de hortalizas 20 mil metros. Él y sus compañeros eran admirados porque eran quienes mejor comían.
Al recobrar su libertad, Vicente Estrada siguió adelante con su labor de organizador campesino. Desde entonces ha formado cooperativas de apicultores, luchado contra los caciques, resistido la devastación ambiental, denunciado la guerra sucia de 1969-1979 o participado en algunas contiendas electorales.
Fiel a sus orígenes, Vicente tiene a la normal rural en lo más profundo de sus entrañas. Su compromiso con la causa de los pobres tiene el sello de su escuela. Sacudido por la tragedia de los 43 desaparecidos, se ha volcado en brindar apoyo a los padres de los jóvenes y a los normalistas. Ayotzinapa –asegura– es hoy el corazón de México.
Twitter: @lhan55