Decían que si no paraba de denunciar, mi familia y yo sufriríamos las consecuencias
Paula Mónaco Felipe
Especial para La Jornada y El Telégrafo
Periódico La Jornada
Sábado 21 de mayo de 2016, p. 32
Sábado 21 de mayo de 2016, p. 32
Del calor de la costa guerrerense pasó a la nieve de Minnesota, Estados Unidos. De una familia unida y numerosa, a la soledad de llegar a un país extraño donde se habla inglés, idioma que no entiende. De la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, a buscar refugio en casas de personas desconocidas.
Carmelo Ramírez Morales es el primer sobreviviente de Ayotzinapa que se ha visto obligado a dejar el país por amenazas y ahora pide asilo político a las autoridades estadunidenses.
“Llegué a fines de diciembre –dice vía telefónica desde Minnesota–, pero tomar la decisión de salir fue triste. Quienes me amenazaban ya estaban presionando a mi familia.”
Tiene 20 años. Sobrevivió a los ataques de septiembre de 2014 en Iguala y es primo de uno de los 43 desaparecidos, Carlos Iván Ramírez Villarreal.
Para resguardar su seguridad, por meses usó un nombre falso –Francisco Sánchez Nava–,
pero de nada sirvió. Le llovieron amenazas desde que comenzó a dar testimonio público, cuando puso cuerpo y rostro a la denuncia.
La primera vez fue cuando me invitaron a unas ruedas de prensa en Coahuila, en febrero de 2015. Me empezaron a mandar mensajes desde números desconocidos; decían que si no paraba de denunciar, tanto yo como mi familia íbamos a sufrir las consecuencias.
Luego notó que lo seguían en una central camionera de la Ciudad de México. Otra vez lo citaron en Chilpancingo y le exigían que fuera solo al encuentro, pero no accedió. Por el contrario, acompañó a tres padres de desaparecidos a realizar una caravana por Sudamérica y en noviembre participó en otro viaje a Estados Unidos.
Al retornar a México, relata:
le llamaron a mi hermana y le dijeron que tuvieran cuidado, que las cosas se habían salido de control, que ya me habían advertido y que ellos (su familia) iban a pagar las consecuencias de lo que yo hacía.
Después
me siguieron llamando y me decían que me iban a matar. Me metían más miedo con mi familia, decían que iban a quemar la casa con todos adentro. Sus amigos le contaron entonces que a la cancha del pueblo llegaban hombres desconocidos preguntando por la casa de la familia Ramírez Morales. Aunque nadie les dio seña, Carmelo recibió más llamadas amenazantes
y me daban detalles de cómo llegar a mi casa; sabían todo.
La certeza de que los suyos estaban en riesgo fue el detonante y partió rumbo a Estados Unidos, gracias a la ayuda de un religioso cuyo nombre prefiere ocultar para proteger su seguridad.
Desde que estoy aquí ya no hay amenazas; cambié mi número de teléfono y toda mi familia también. Pero no estoy del todo tranquilo, aunque trabajo duro, mi mente no está bien porque mi familia todavía está en riesgo, explica.
El primer mes fue especialmente difícil: sin conocer a nadie, sin hablar inglés y sin dinero; comía poco. Trabajaba en una carnicería, pero ahora es cocinero en un restaurante y ya puede solventar sus gastos.
Llegó a Estados Unidos con visa, pero solicitó asilo político. En marzo pasado, patrocinado por el abogado Jeff Larson, quien lo representa gratuitamente (pro bono), ingresó una solicitud formal a la Oficina de Asilo del Servicio de Inmigración y Ciudadanía, con sede en Chicago, Illinois.
Larson y Ramírez esperan les concedan una entrevista con un juez de migración, pero “el trámite va muy lento –lamenta Carmelo–, tal vez porque soy el primer sobreviviente de Ayotzinapa que está pidiendo asilo”. A su permiso le quedan semanas de vigencia, y el temor lo invade cuando le dicen que el trámite podría demorar años.
Aunque siente a Minnesota como un refugio seguro, no es para él sinónimo de olvido:
El 26 de cada mes hacemos algo aquí: pláticas, acciones o voy a otro estado a hablar sobre Ayotzinapa. Yo no quiero callar, voy a seguir denunciado.
Como él, varios normalistas han recibido amenazas. Carmelo Ramírez Morales es el primero en salir del país y no se arrepiente:
Para buscar a los demás, necesitamos estar vivos.