jueves, noviembre 06, 2014

Ni desaparecido ni muerto: Queremos un México vivo





Texto por Marlene Mondragón, Lucero Mendizábal y José Aureliano Buendía
Fotografías: Amaranta Marentes, Lucero Mendizábal, Juan Manuel García, Gustavo Ruiz Lizárraga, Natalia Monroy, Marlene Mondragón y Xilonen Pérez
Cada vez más mexicanos se reúnen para expresar su desconsuelo y recorrer las calles. Ayer, 5 de noviembre, en punto de las 4 de la tarde, sumcumbió un mar de gente desde Los Pinos hasta el Zócalo capitalino. Miles de personas transitaron con los sentimientos destrozados ante la situación en la que se encuentra sumergido México: desaparición forzada, levantones, violencia, impunidad, corrupción, narco-Estado, «el pacto por México».
¡La Constitución ha muerto! —Sentenciaron miles de estudiantes, como lo hiciera El Hijo del Ahuizote hace más cien años, publicado por los hermanos Flores Magón. Miles de corazones en la Ciudad de México abrazaron por tercera ocasión a los padres de los 43 normalistas desaparecidos por el narco-Estado en la ciudad de Iguala, Guerrero, hace 40 días. En el marco de la tercera Jornada Global en Solidaridad con Ayotzinapa, decenas de miles partieron de las inmediaciones de la residencia oficial de Los Pinos, rodeada de vallas metálicas para intentar contener el dolor del pueblo mexicano.
En columnas de tres, en desparpajo juvenil, con el huipil y la banda de viento, de a chavo fresa, a dos ruedas, con machete en mano, con el hábito y el rosario, en zancos, cantando sones, gritando desde el fondo la rabia por los agravios sufridos, y al frente, con la foto cosida al cuerpo del hijo que se llevaron y no regresa; las miles de formas de marchar se dibujaron hoy, desde la rodada que salió de Ciudad Universitaria para sumarse a la marabunta de rebeldías en Los Pinos y que más de tres horas no dejó de cubrir la plancha del Zócalo.
El «paro nacional» no fue hipotético, las avenidas principales de nuestro moderno México fueron plagadas por rebeldes: familias enteras, estudiantes de distintas universidades y escuelas de nivel medio superior, sectores populares; campesinxs, sindicalistas, obrerxs y muchos sobre ruedas. Los gritos de justicia e indignación hacían retemblar los suelos, la esencia de cada consigna era exigir paz, deseaban que fuera el pan de cada día y no el crimen de Estado que nos alimenta a diario.
Un cinturón humano de seguridad protegía a las mamás, papás y a familiares de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, así lograron caminar con mayor libertad y seguridad. A los costados de cada lado de avenida Reforma, centenares de personas esperaban a la comitiva para mostrar un gesto de solidaridad, de empatía, de apoyo. Ese México que hace años no se dejaba ver con el mismo grado de hartazgo y dolor.
Si algo ha caracterizado a las dos marchas anteriores y a esta última, es el rostro de lxs asistentes que han hecho suya esta causa. La tristeza nubla otra vez más los ojos de muchas personas, se puede ver el dolor de una población que está cansada de la violencia, secuestrada por el temor y agotada de tanta injusticia. Sin embargo, la unidad de la población parece estar reforzada, pues la algarabía y las críticas sobre la situación política y social del acontecer actual resuena entre los manifestantes «México está cada vez más insoportable, cada día hay más muertos y desaparecidos», comentaba una señora a unos jóvenes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), hace tiempo que ninguna causa había sumado a tantos colectivos, agrupaciones y frentes por una sola causa: un México vivo, ni desaparecido ni muerto.
El dolor de Ayotzinapa indigna porque es la constante que se ha vivido desde hace tiempo atrás: la desaparición forzada es una práctica tradicional por parte del Estado mexicano. La metodología por contabilizar a los desaparecidos es tan turbia como las políticas públicas del gobierno, es por ello que aún no existe un listado certero de todas las personas. La falta de sensibilidad y el estancamiento de la transparencia de la información es latente; por ejemplo, en el primer semestre del 2014 organizaciones civiles consideraron que hay «falta de seriedad» en el manejo de información sobre desaparecidos por parte de las autoridades, después de que el gobierno federal reportara que se contabilizan 16 mil personas en esta situación, en lugar 8 mil, como había indicado un mes antes. Las cifras de los desaparecidos son indiferentes ante el infierno que viven los familiares, pero más insensible es el gobierno con su incompetencia. Incluso, muchas familias se suman al reclamo y sacan a las calles una vez más la fotografía con el retrato de su ser querido desaparecido forzadamente.
Cuarenta días del Crimen de Estado, cometido bajo el régimen de Peña Nieto, cuarenta días de un camino de dolor e incertidumbre para 43 familias. Esa misma incertidumbre que ha cubierto al país con más de 22 mil desaparecidos durante los últimos años, según la tambaleante cifra oficial; sea desaparición forzada por parte del Estado o por el crimen, finalmente son lo mismo.
Ya no es de extrañarse ver a una parte de la sociedad que nunca se había manifestado sumarse por primeras ocasiones. Hay rabia y coraje. La juventud vive en carne propia este dolor porque se siente reflejada. Son sus sueños, son sus historias, son estudiantes, jóvenes, criminalizados, utilizados, desempleados y asesinados por un sistema que se olvida de ellas y ellos. Y es que todos estamos en el mismo paquete, ya que podría ser un hermano, una amiga, un vecino. Cuando hay capacidad de reflexión, de entenderse, de entender el dolor del otro, entonces se crea la unión.
Los jóvenes estudiantes de las universidades públicas fueron la mayoría, acompañados por algunos contingentes de universidades privadas y muchas organizaciones sociales que constituyen el crisol de agravios en México: padres de los niños de la guardería ABC, electricistas del SME, maestros de la CNTE, normalistas rurales, policías comunitarios de Olinalá, familiares y víctimas de la violencia, hombres y mujeres de a pie que les duele su país. Más una sociedad casi siempre insensible al dolor ajeno, esos muchos que intuyen que la muerte a mansalva de jóvenes estudiantes y civiles por parte de una policía municipal y la desaparición de 43 normalistas, son un balde de agua fría para cualquiera.
Ayotzinapa es una gota fuera del vaso de la indiferencia de los mexicanos, quienes nos hemos cansado de sufrir atropellos a nuestros derechos más elementales, al de la vida misma. La indignación se ha desbordado en quienes por semanas han mantenido las movilizaciones de cientos de miles. Desde las comunidades indígenas y campesinas de Guerrero, hasta las manifestaciones en las embajadas mexicanas y un acto del gobierno mexicano en Suiza; la indignación no ha cesado, ni tendrá consuelo luego de la detención de dos actores clave en el crimen contra Ayotzinapa, José Luis Abarca (ex presidente municipal de Iguala) y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa hace apenas un par de días.
Hay un México que se está despertando, que está redirigiendo sus pasos para comprender más cómo son los procesos, el debate se da en las calles, en los espacios públicos, en las escuelas, en los barrios. Este fue uno de los mensajes que se dieron en el comunicado al leído por la actriz Julieta Egurrola y otra activista, quienes representaban a más de 131 organizaciones de la sociedad civil que firmaron exigiendo la presentación con vida de los 43 normalistas. Señalaron que es un crimen de Estado y que este movimiento no se detendrá, porque no hay un sólo Abarca, hay muchos Abarcas en todas partes, en varios municipios y puestos de poder.