Aquilino Flores Mejía*
M
e llamo Aquilino, soy originario de la Montaña Alta de Guerrero, de origen indígena y de padres campesinos. Las oportunidades de estudio son escasas en nuestra región, por ello, quienes deseamos seguir estudiando, nos vemos en la necesidad de salir.
Por fortuna encontré mi mejor lugar para estudiar en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, que durante más de 93 años ha brindado la oportunidad de estudio a los hijos de campesinos, obreros y maestros. Una escuela de pobres y para pobres, que, por exigir nuestros derechos, como el acceso a la educación, somos reprimidos, estigmatizados, perseguidos, asesinados y encarcelados, por malos gobiernos de nuestro país.
Ahí aprendí a no agachar la cabeza, ni dejarme pisotear y, como decía el maestro Lucio Cabañas Barrientos, ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo. En Ayotzi aprendí que la solidaridad es antes que el bienestar personal, me inculcó además tener empatía con los más pobres, asumir el compromiso de llevar educación a los lugares más apartados y luchar por la libertad de expresión y la de los presos políticos.
Ayotzinapa ha sido reprimida un sinfín de ocasiones, basta recordar aquel 12 de diciembre de 2011, en la Autopista del Sol donde fueron asesinados Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino. El 7 de enero de 2014, Freddy Fernando Vázquez Crispín y Eugenio Tamarit Huerta, fueron atropellados mientras boteaban en la comunidad de Buenos Aires del municipio de Atoyac de Álvarez en la Costa Grande de Guerrero. Jonathan Morales Hernández y Filemón Tacuba Castro perdieron la vida el 4 de octubre de 2016 en un presunto asalto, acontecimientos que han quedado en la impunidad.
Jamás voy a olvidar el 26 de septiembre de 2014, cuando desaparecieron a 43 compañeros de mi amada escuela, todos alumnos de nuevo ingreso, y sin que hasta la fecha se conozca su paradero y sin que los responsables materiales e intelectuales hayan sido procesados y castigados como exigimos desde hace cinco años de dolor, de tristeza, de llanto, de soledad, de desesperación, de impotencia, pero también de esperanza, en que un día se haga justicia y nuestros 43 compañeros sean presentados con vida, así, como se los llevaron.
El 26 de septiembre me ha marcado y no logro entender cómo una autoridad del Estado desapareció a nuestros 43 compañeros. Recuerdo ese día con lágrimas y se me vienen a la mente todos esos rostros que nunca volvieron a su alma mater porque el narcoestado actuó de forma cobarde.
Recuerdo que ese día estábamos en una plática de amigos, caía la tarde, miré que partían a una actividad común dentro de la escuela, pues al no tener los apoyos necesarios por parte de los tres niveles de gobierno, se llevan a cabo diversas actividades para tener el sustento de las prácticas profesionales. Nunca imaginé que no regresarían. Me duele mucho no saber de su paradero y que las autoridades responsables no hayan sido castigadas, sino premiadas, y el caso esté en total impunidad como en los más de 40 mil desaparecidos en el país.
Eran como las ocho de la noche, de pronto recibimos la noticia de que les dispararon y que habían matado a dos de nuestros compañeros; en ese momento mi cuerpo se entumeció y por mi cabeza pasaron muchas ideas, sentí una gran desesperación por no poder ayudar a mis hermanos, eso me pesa mucho todos los días, quiero saber la verdad, que haya justicia y que no se repita este tipo de hechos.
Entristezco cada que se aproxima el 26 de septiembre, pues es una fecha de mucho dolor para mí, por no saber nada de nuestros compañeros a cinco años de su desaparición forzada.
Sabemos que ese día participó la policía municipal, la Policía Federal y el Ejército, partícipes directos en la desaparición forzada de los 43, del asesinato de Julio César Mondragón Fontes, Daniel Solís Gallardo, Julio César Ramírez Nava, y los responsables de que Aldo Gutiérrez Solano se encuentre en estado vegetativo y tres civiles más asesinados por el ataque del Estado.
Recuerdo mucho la foto de Julio César Mondragón Fontes. Me cuesta trabajo describir cómo me siento al recordar su rostro, sólo sé de a los que les han quitado la vida por las armas del gobierno.
Desde donde estén quiero decirles que los extrañamos y que seguimos exigiendo justicia a estos gobiernos insensibles y sordos, pues en nuestro México ser estudiante es lo más peligroso, sus intereses personales prevalecen sobre la justicia, el respeto por los derechos humanos y el derecho a la vida.
Escribo estos renglones, porque sé que llegaron a la Normal por la pobreza, por la inseguridad, por falta de oportunidades en nuestros pueblos, pero sé también que lo hicieron porque Ayotzi nos brinda la oportunidad de superarnos.
A ustedes compañeros 43 que no han regresado con sus familias y compañeros, quiero decirles que sus madres y padres de día y de noche sin descanso oran y buscan en todos los rincones del mundo, sus compañeros de la Normal están resistiendo y siguen esperándolos en su casa, al igual que nosotros.
México y las organizaciones sociales siguen levantando la voz, los estudiantes siguen siendo asesinados, pero han levantado la voz, el mundo entero quiere saber de ustedes y se suman cada vez más voces en la exigencia de su presentación con vida.
Me cuesta decirlo, pero tengan por seguro que los encontraremos, sé que es difícil. Los que no los olvidan nunca son su padres y madres, están preocupados por ustedes, quieren saber si comieron, si durmieron, si están bien de salud, me desagarra el alma verlos sufrir por ustedes y que luchan incansablemente por saber su paradero.
¡Cuando alguien muere se le tiene que dejar ir, pero cuando a alguien se le desaparece, se le tiene que hacer volver!
* Egresado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos y estudiante de Sicología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México