San Salvador Atenco, Méx. El camino atraviesa un valle de nopaleras y sembradíos de maíz, en la otrora ribera del lago de Texcoco. “De la capilla de La Purísima y hasta donde ven sus ojos abarca el nuevo proyecto”, señala el ejidatario Adán Espinoza, indicando con el dedo, desde el cerro de Huatepec, las tierras que contemplan los mapas del megaproyecto Ciudad Futura, la nueva amenaza que se cierne sobre la región, y que será, dicen los pobladores, una especie de Santa Fe, con proyectos inmobiliarios, megaindustria y, por supuesto, un aeropuerto, la afrenta más grande para estos pueblos.
Hortensia Ramos, profesora originaria de Nexquipayac, una de las tantas mujeres que dieron la lucha en 2001, acompaña también la travesía por los campos nuevamente en disputa. Son ambos integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), la emblemática organización que se opuso en 2001 a la construcción de un aeropuerto en San Salvador Atenco, con el que los despojarían de sus tierras. En 2002 el Frente ganó la primera batalla y lograron, previas movilizaciones, la anulación del decreto de expropiación. Hoy, más de 12 años después de esa victoria, la amenaza vuelve a sobrevolar su territorio.
Este proyecto “es peor que el anterior”, advierten por su parte los ejidatarios Marcial Ramírez, David Pájaro y Santiago Medina. En 2001, indica Jorge Oliveros, otro de los ejidatarios que se ha mantenido en la lucha estos doce años, “nos ignoraron, nos amenazaron, nos dividieron. Hoy quieren volver a hacerlo”, con el agravante, advierte, de que “ahora es más ambicioso. En 2001 eran mil 100 hectáreas las que nos querían arrebatar. En 2013 el proyecto filtrado por ica contempla mil 500 hectáreas de San Salvador Atenco”, de un total de más de 15 mil que abarca todo el proyecto sobre lo que fue la ribera del lago de Texcoco, en la zona oriente de la Ciudad de México.
La diferencia con el anterior aeropuerto, indica, “es que no dan la cara. Mandan a gente de nuestra propia comunidad para meter amenazas. De un millón 400 mil pesos por hectárea que estaban dando hace un año, ahora el ofrecimiento es de un millón 750 mil pesos”. El plan, llevado a cabo de casa en casa, es decirle a los ejidatarios que ya todos han vendido, que sólo faltan ellos: “Presentan unos mapas en los que dicen que los ejidatarios ya entregaron sus documentos y que están en trámites para la venta. Pero esto no es cierto. Es la minoría la que ha entregado documentos, pues estamos hablando de unas 50 hectáreas, que ni siquiera han vendido”.
El relato del campesino Delfino Martínez es parte de este complejo escenario. “Nuestros hijos quieren vender, ésa es la mera verdad. Aquí en el pueblo hay unas personas que están organizando y convenciendo. Son intermediarios, nos conocen, se acercan y dicen, ‘anda, ya vende, ya todos están vendiendo’. A mí me da coraje cómo son tontos. A mí me ofrecen un millón 700 mil pesos por hectárea, pero yo tengo ocho hijos, de dónde va a salir para su casa de cada uno. Ellos ya no van a tener dónde vivir ni de dónde comer. Hay muchos que ya están parando la manota, pero desgraciadamente se van a quedar sin terreno, sin dinero, sin casa, sin nada”.
Una lucha que no termina
Trinidad Ramírez, mejor conocida como Trini, también figura emblemática de la lucha de Atenco y del acompañamiento con otros movimientos del país, advierte que “las declaraciones del gobierno federal nos mueven nuevamente a la lucha por la defensa de la tierra, que nunca la hemos dejado. Nos lleva a decir aquí estamos, no nos hemos rendido, pues la tierra se defiende toda la vida”.
“Nosotros”, dice Trini, “hace doce años dijimos: ¿y cuándo el gobierno nos preguntó si queríamos vender la tierra? Y por eso ahora el gobierno aprendió a preguntar. Les dice a los campesinos ¿quieren vender su tierras? Pero nosotros también aprendimos. Aprendimos que el territorio no se trata sólo de la tierra, sino que significa nuestras costumbres, nuestras raíces”.
Desde el 2002, explica Jorge Oliveros, cuando se canceló el aeropuerto, “nosotros sabíamos que no iban a quitar el dedo del renglón y continuarían al acecho. En 2003 y 2004 empezaron a hacer obras que estaban contempladas en el proyecto general anterior. Hicieron las vialidades alternas, se fueron apoderando del agua de los manantiales de la montaña, empezaron a privatizar los comités de agua potable. En Texcoco no teníamos un hospital, pero activaron el Hospital Regional, hicieron libramientos, el circuito exterior mexiquense, es decir, las obras alternas continuaron porque nunca se quitaron su intención”.
David Pájaro, nativo y ejidatario de Atenco, además de ingeniero agrónomo, señala que en internet se detalla el modelo “México, Ciudad Futura”, en el que figuran tres planos que muestran la pérdida de toda la superficie ejidal de Atenco como pueblo. “Por lo que vimos”, explica, “va otra vez de la orilla del río Chimalhuacán hasta la orilla del cerro de Chiconautla, todo lo que se conoce como la ribera de Texcoco. Estamos hablando de unas 25 comunidades afectadas dentro de una superficie de alrededor de 7 mil hectáreas”.
División, peleas y desintegración en los que ya vendieron
El municipio de San Salvador Atenco está conformado por cinco pueblos: San Salvador Atenco, San Francisco Acuexcomac, Zapotlán, San Cristóbal Nexquipayac y Santa Isabel Ixtapan. Los dos últimos, indican los ejidatarios entrevistados, empezaron a vender sus tierras desde hace más de un año. Ixtapan vendió 500 hectáreas y Nexquipayac, otras 360; además de la colonia Francisco I. Madero, con otras 40. Todas estas tierras rodean San Salvador, que es el núcleo más grande, con 958 ejidatarios.
Hortensia Ramos señala que en su pueblo, Nexquipayac, empiezan a verse los estragos de la venta: “el hecho de que te den un dinero se nota. Ya han empezado a arreglar sus casas o comprarse una moto, pero también el dinero se les está terminando y ahora no tienen tierras ni dinero”.
El dinero, dice, “es como la mismísima cola del diablo. Causa división. En la misma familia sucede que el abuelo que recibió un millón de pesos, tiene que repartirlo entre los hijos y los nietos. Y ya están los casos en los que no quedan conformes y es un peleadero entre ellos y una desintegración familiar. Esto no lo ven los que están vendiendo, pero está pasando. También se vino una oleada de robos y secuestros tremenda. Algo que no existía en esta comunidad y es también producto directo de las venta de las tierras, pues había dinero momentáneo y se empezó a notar”.
“Por eso”, coinciden los entrevistados, “en el poblado San Salvador Atenco no vamos a vender”.