martes, mayo 30, 2006

Una historia definida por la violación


Atenco —una sola palabra— simboliza ahora, ante la opinión pública, el regreso del Estado autoritario mexicano, la promesa rota de su tan citada transición a la “democracia”, los cateos casa por casa, la ilegal y brutal detención de disidentes, así como su encarcelamiento por crímenes que no cometieron. Pero sobre todo, después de tres semanas de la “netwar”, Atenco significa —en los corazones y mentes de la opinión pública— violación.

Atenco significa literalmente violación —de policías a mujeres y al menos a un hombre— y también significa, metafóricamente, violación a los habitantes de un país, a su dignidad y a su inocencia.

Y más allá de la consciente repulsión de —aquí viene el olvidado término, una vez más— la sociedad civil a las violaciones de mujeres por parte del Estado, estaba el hecho de que hasta los más inconscientes se horrorizaron: ellos se preguntan cómo el Estado y su ejército de medios no pudieron controlar la historia, cómo no pudieron contener los hechos reales. Después de todo, para los de arriba, ¿no es ese su trabajo?

Una de las respuestas de la sociedad civil contra la mega-violación conocida como Atenco, fue el concierto benéfico que el lunes en la noche ofrecieron en la Ciudad de México prominentes mujeres artistas. Entre inspiradas actuaciones musicales —de Julieta Venegas, Jesusa Rodríguez con Liliana Felipe, Astrid Hadad, Pati Peñaloza, Las Licuadoras, y Las Ultrasónicas, entre otras— las actrices y bailarinas, encabezadas por las estrellas de televisión Ofelia Medina y Ana Colchero (dirigidas por Begonia Lecumberri), compartieron las palabras de las presas políticas detenidas y abusadas durante el 3 y el 4 de mayo.

Las primeras horas del evento, las representaciones fueron necesariamente igual dolorosas a la dura realidad que sufrieron las presas (como las reportadas aquí y en otros lugares en días recientes). Después, hacia el final del concierto de cuatro horas —seguido por 2,000 espectadores, incluido el subcomandante Marcos y que recaudó más de 100,000 pesos para el fondo de defensa de las y los presos—, se leyeron extractos poderosamente esperanzadores de cartas que las presas políticas habían escrito a sus madres, hermanas, parejas, familiares y amigos. No se rindan, pedían las mujeres desde el interior de los muros de la prisión. A pesar de lo que nos han hecho, nosotras estamos bien. Qué siga la lucha.

Y, por lo tanto, la historia de violación que es Atenco se convierte, también, en una historia de supervivencia, rabia y resistencia del inquebrantable espíritu de la gente que lucha, incluso cuando la golpean con todo el fuego, represión y sadismo que el Estado puede ofrecer. El Estado hiere a muchas mujeres y hombres. Pero no rompe el espíritu de nadie y mucho menos el del movimiento.

Cabe señalar que el evento de las artistas estuvo extremadamente bien organizado por voluntarios y voluntarias; liderado por mujeres participativas y hombres al servicio de su dirección. Tenían en sus manos todos los datos de los hechos, testimonios y evidencias, tanto en video como en audio —que los medios masivos y el estado habían intentado desaparecer—, documentando las violaciones y el horror, que ellas incorporaron al espectáculo. Tenían tanta información para compartir —justo 19 días después del estallido de violencia— como la que la dirección de cualquier agencia de inteligencia pueda tener hoy en día. Poseían lo que los analistas del Pentágono llaman “top sight” (“visión desde el cumbre”). Y no estaban solas (os) para alcanzar la top sight desde abajo.

Los organizadores del concierto contaban con la misma información que ahora manejan los abogados defensores de las y los presos políticos. Tenían la misma información que todos los “medios de abajo” han recopilado y reportado. La misma que está a disposición de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y de las ONG de derechos humanos que llevan el caso. La misma que la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha recibido. El flujo horizontal de la información suprimida —incluso a pesar del violento robo del Estado, el 4 de mayo, de cámaras y grabadoras, y del encarcelamiento o deportación de quienes intentaron documentar la atrocidad— no ha sido bloqueado con éxito, a pesar de todos los esfuerzos de aquellos que presumían controlarlo.