sábado, marzo 14, 2015

No termina la pesadilla para normalista herido en Iguala

Édgar Andrés Vargas enfrenta calvario de operaciones
Paula Mónaco Felipe
 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de marzo de 2015, p. 11
En menos de seis meses le han hecho una traqueotomía, dos cirugías reconstructivas y un tratamiento para los riñones, y le han colocado una sonda por la cual recibe alimentos. En unos 90 días esperan implantarle dientes y en un año tal vez logren reconstruirle el labio superior y la base de la nariz. Para Édgar Andrés Vargas, el estudiante que aparece chorreando sangre en la foto filtrada por el Ejército, no termina la pesadilla que se inició la noche del 26 de septiembre en Iguala, Guerrero.
Durante el segundo ataque recibió un disparo en el rostro, que le voló parte de la nariz, el labio y los dientes de arriba, explica la madre del joven, Marbella Vargas. Desde entonces ha peleado por recuperarse físicamente, pero la batalla también se hace difícil a nivel anímico.
Aunque siempre ha sido fuerte y bromista, se siente muy triste. Se deprimió bastante ahora que los médicos nos dijeron que va a ser un proceso largo y que en un año recién van a volver a operarlo. Ella es quien acepta una entrevista con La Jornada para narrar, por primera vez, el suplicio de Édgar; él vive encerrado porque no quiere que otros lo vean desfigurado.
Ya no está internado, pero requiere de diversos cuidados médicos que le impiden recuperar su vida previa o volver a su natal Oaxaca. Tiene cinco meses con la sonda, así le doy su alimento licuado, porque él no puede masticar. Cada ocho días lo ven un cirujano y un otorrinolaringólogo del hospital Manuel Gea González.
La situación ha trastocado por completo la vida de la familia Andrés-Vargas. Marbella ha tenido que dejar su casa en San Francisco del Mar, Oaxaca, para instalarse en la capital del país y así cuidar a Édgar. Tuvo que traer consigo a su hijo menor, de nueve años, porque él también sufre para procesar la dureza de estos tiempos: dejó la escuela y recibe tratamiento sicológico. Los tres viven separados del resto de la familia, y el padre, Nicolás Andrés Juan, continúa trabajando de maestro en el Itsmo de Tehuantepec para tratar de solventar los gastos, una tarea que se ha vuelto más y más compleja.
Al principio se acomodaron en pequeños cuartos de renta, pero ahora viven en un departamento gestionado por la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), que también les entrega una tarjeta con crédito en los supermercados Soriana. Resulta insuficiente porque no sirve para medicinas, sólo comida. Aceptan el apoyo por necesidad, dice Marbella, pero no con eso van a pagar todo lo que mi hijo está sufriendo.
Además, “la esposa del gobernador interino –Rogelio Ortega– vino una vez a visitarnos y a ofrecer ayuda pero no ha regresado”.
Carrera truncada
Édgar Andrés Vargas tiene 20 años y quiere ser profesor de primaria. Su madre recuerda que algunos meses atrás, cuando retornaba en vacaciones escolares les contaba entusiasmado: “me gustan mucho los niños. Me dicen: ‘¡maestro ya llegaste!’ y yo me siento muy bien”. Era el orgullo de la familia porque las madres y los padres (de los alumnos) también lo apreciaban, siempre llegaba con regalos.
Ahora dice que va a terminar la carrera, que quiere volver a la escuela y a las prácticas, pero enseguida se golpea con la realidad: ¿Cómo voy a ir con la sonda? ¿Cómo voy a estar frente a un grupo?
Estaba cursando el tercer año en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos y por eso no viajó a Iguala. Pero al recibir el llamado de auxilio tras la primera balacera, se sumó al grupo que salió de la escuela para socorrer a sus compañeros. Llegaron cerca de la medianoche y recibió un disparo en el rostro mientras ofrecían una conferencia de prensa.
Otros estudiantes lo trasladaron en busca de atención médica. Así llegaron hasta la clínica Cristina, donde no encontraron ayuda, según los relatos de Édgar a su madre. Sus palabras coinciden con el testimonio de Omar García, otro sobreviviente de esa noche, quien recuerda que el cirujano Ricardo Herrera se negó a atenderlos y se burlaba de ellos, nos decía: allá (afuera) están sus compañeros muertos, eso les va a pasar a todos ustedes.
“Después –prosigue García– llegaron unos 12 o 13 militares, quienes nos empezaron a agredir verbalmente, a cortar cartucho y acusarnos de allanamiento de morada. Le decíamos al coronel o al que iba al mando que nos diera chance de que Édgar saliera a tomar aire o que llamaran a una ambulancia. Dijeron que sí pero nunca llegó la ambulancia.”
La serenidad de la pesadumbre desaparece del rostro de Marbella cuando escucha la versión oficial de que el Ejército prestó ayuda a los normalistas. Se enoja, levanta por primera vez la voz y replica: ¡es una mentira! ¡No ayudaron en nada!
Edgar sobrevivió, pero aún no sabe cuándo podrá volver a tener una vida normal. Aplazados sueños y proyectos, pelea en todos los frentes al igual que su humilde familia.