jueves, mayo 22, 2008

La masacre de Atenco

  • No se olvida

A inicios de mayo del 2006, los campesinos de Atenco blandieron sus machetes y repelieron en cinco ocasiones a más de 500 efectivos estatales y federales.


Policías del Estado de México intentaron desalojar a floricultores de la calle en Texcoco con gases. Foto: Eduardo Verdugo

Alrededor de 800 habitantes del pueblo ubicado en el Valle de México sacaron a relucir petardos, palos, piedras, bombas molotov y siete cañones de pólvora repletos de grava, tornillos y herramienta, con los cuales consiguieron hacer fracasar a las Fuerzas de Acción y Reacción del Estado de México y a la Policía Federal Preventiva.

Tras cuatro horas de infructuosos empeños por romper el bloqueo convocado en defensa de un grupo de nahuas que venden flores en Texcoco, los policías huyeron de Atenco, mientras sus mandos operativos, desesperados, trataban de impedirlo.

Luego de la retirada policiaca, se comenzó a ver el saldo de la batalla: un joven de 14 años de edad muerto a causa de una bala de sal o un petardo, 10 pobladores lesionados –dos de ellos por arma de fuego–, 34 efectivos heridos y cuatro policías hechos prisioneros en el auditorio Emiliano Zapata de esta localidad.

Fue alrededor de la una de la tarde cuando el contingente policiaco acudió hasta los alrededores del poblado. Tras estacionarse 20 minutos, los centenares de efectivos comenzaron a caminar al kilómetro 27 de la vía, en dirección al paro que realizaban los campesinos que, como antecedente curricular, habían logrado impedir la construcción del nuevo aeropuerto del Valle de México.

La mayoría de los efectivos iban armados con gases lacrimógenos, escopetas de sal, macana y escudos de protección. Por lo menos cuatro de los jefes policiacos fueron observados con pistolas de grueso calibre. Antes de que llegaran hasta el retén, los ejidatarios se abalanzaron sobre ellos con petardos y piedras, consiguiendo repelerlos por primera vez.

Esta situación se repitió otras dos ocasiones a lo largo de una hora. La cuarta vez, sin embargo, registró la caída del joven Javier Cervantes Santiago o Javier Cortés Santiago, de 14 años de edad, lo cual, al ser conocido por los pobladores, desató la ira contra un efectivo que se había caído durante la retirada oficial. A pesar de que ya estaba inconsciente, éste fue pateado en la cabeza y en el abdomen por un grupo de pobladores.

Otro policía corrió la misma suerte. Relegado del grupo mayoritario, fue alcanzado y golpeado hasta quedar inconsciente. Luego de unos minutos, sus compañeros acudieron a rescatarlo, pero el daño ya estaba hecho.

Para el quinto y último intento, los elementos fueron trenzados con una doble embestida. Además de la franja de campesinos del kilómetro 27, otro grupo de “macheteros” apareció por la entrada sur de la localidad, lo cual provocó que los policías –superados en número– corrieran perseguidos por los manifestantes.

El operativo de rescate a los policías retenidos resultó en cientos de detenidos, pero en el celo excesivo por restaurar la paz a San Salvador Atenco se registraron abusos a los derechos humanos. Se documentaron numerosas denuncias de tortura y violaciones a hombres y mujeres por parte de las autoridades, así como la muerte de un joven por haber sido golpeado de lleno por una bomba de gas lacrimógeno.

Al terminar la violencia, llegó la hora de señalar culpables. Se acusó de su orquestración al subcomandante Marcos, quien se encontraba en su gira de La Otra Campaña y apoyó la resistencia de los macheteros; los campesinos, que los atenquenses no reconocían como representativos del pueblo, quienes recurrieron a la justicia del machete; y las autoridades, incapaces de contener de manera pacífica a los manifestantes. Pese a que a dos años de los hechos para muchos es sólo un episodio aislado de eventos que se salieron de control, para muchos otros el recuerdo sigue vivo y sus secuelas la siguen experimentando en carne propia.